viernes, 26 de noviembre de 2010

¿ TE ACORDARÁS ?



Desembocadura del Guadalquivir

 
-Espera un rato por aquí que te voy a montar en la bici nueva.
Manolo estaba a poco de terminar aquella tarde en la pensión San Francisco, donde ejercía de botones. Ya habían servido la comida y saldría con la tarde libre cuando quedase todo limpio y recogido.
Carmelo acababa de llegar a la explanada caminando por la Avenida de Regla. Había quedado con su hermano mayor para estrenar la bicicleta. Corrió alrededor de la estatua del Padre Lerchundi hasta marearse; lanzó piedras para caer dátiles de una palmera inalcanzable; dibujó varias veces "el seis y el cuatro, la cara de tu retrato" en el albero, con un palo, y terminó sentado en la entrada de la pensión, amenizado por El Busquillo.
-Dame la mano, primo.
Esa era la tarjeta de presentación del Busquillo.
Carmelo lo conocía bien de haberlo visto con su padre, besando castorillas de mosto.
-Primo, tú eres hijo de Antonio, ¿no?
-Sí.
-¿Qué haces por aquí?
-Esperando a mi hermano que está de botones en la pensión. Me va a montar en la bici nueva.
-Ya tiene que estar al salir. ¿A que tú no sabías que tienes veinte dedos en una sola mano?
-No, porque tengo cinco.
-Trae pacá que los vamos a contar.-El Busquillo le cogió la mano y empezó a contárselos desde el meñique al pulgar: Cuchillito, navajita, pan caliente, diecinueve y veinte.
Carmelo disfrutaba con el amplio repertorio del Busquillo cuando vio salir a su hermano de la pensión con una bicicleta Orbea, negra, con barra, timbre, dinamo y portamantas. Manolo no le quitaba el ojo de encima a la bicicleta.La miraba como se mira a una novia.
-¿Te gusta, Pelma? Mira, tiene bombín, por si se pincha una rueda.
-¡Qué buena bici, primo! Orbea...de las mejores.-apreció El Busquillo.
Manolo agradeció el cumplido con un gesto y continuó paseando la orbea como si le diese apuro montarla tan pronto. Explicaba a Carmelo los nombres de las partes de la bicicleta mientras se dirigía a la banda de la playa. Paró en la puerta del Santuario, subió al primero de los peldaños de la escalinata y la montó.
-Pon un pie en la palomilla y te montas, que vamos a coger por la banda de la playa hasta el faro. A ver, espera, no te montes todavía, que voy a ponerme esto para no llenarme de grasa el pantalón.
Manolo vestía una camisa blanca de mangas cortas y un pantalón largo, también blanco, en uno de cuyos bolsillos llevaba una pinza de madera, de las de tender ropa. Bajó de la bicicleta, plegó los bajos del pantalón y lo sujetó con la pinza. La bicicleta tenía guardacadenas, pero así, no engancharía el pantalón.
-Venga, ahora. Separa las piernas para no meterlas entre los radios y no te muevas.
Carmelo obedeció y pronto sintió en su rostro el fresco de la playa.
-¡Ay!¡Ay!, ¡que me duele! ¡Para, Manolo, para!
Manolo se detuvo pensando que a su hermano le había pasado algo serio.
-Bájate.
-Me he pinchado con este alambre.- dijo Carmelo señalando uno de los ganchos del pulpo.
-Eso es el pulpo, para sujetar los paquetes.
Lo quitó del portamantas deshaciendo el trenzado y lo enrolló en la base del sillín.
-¡Ea! Ya está. Vamos.
Manolo notó que Carmelo miraba con arrobo a un hombre alto que salía de uno de los chalets de la banda de la playa.
-Mira, Manolo, ese es el hombre de las balas. Al que se le cayó la caja de balas en el muelle.-dijo Carmelo sorprendido.
-Ese es Carrero Blanco. Vive ahí. Anda, móntate y pon los pies en las palomillas. ¿Dónde quieres ir, a Rota o a Sanlúcar?
-A Sanlúcar.-contestó Carmelo decidido.
Manolo cambió la ruta programada y dejó el faro para otro día. Abandonó la playa por Villacañas, llegó a Los Amarillos por Regla, pasó por delante del taller de Arango, echó una miradita a las carteleras del Cine Avenida, sin bajar de la bici. Vieron siete carteles clavados en la pared, frente al cine.

-Ben Hur y Los Siete Magníficos, Pelma. Mañana te voy a traer al cine.


Era domingo, sin duda. Los lunes "echaban" dos películas al precio de una.
Giraron en el rincón de Valdés casi con la misma dificultad que lo hacía Florencio con el autocar; pues, Manolo tuvo que realizar un gran esfuerzo para reanudar la marcha con la bicicleta en la mismísima curva.
Pasaron por delante de la Administración de la Policía Municipal de la Plaza Pío XII. Manolo iba tranquilo a pesar de no llevar matrícula. En su lugar lucía el marchamo de chapa de un chorizo que había cogido poco antes en la pensión. Aquel año, las matrículas eran negras, por lo que tuvo que teñir el marchamo con un poco de betún.

-¡Mira, la abuela!
Carmelo saludó a una señora sonriente y pequeñita, enfundada en un traje negro estampado con flores blancas, que venía por la acera de la calle Isaac Peral, a la altura de Miguel del Rincón. Se dirigía a la pensión de su hija Rocío, como luego descubriría.
-¡Abuela! Voy a Sanlúcar.-Gritó soltando una mano para saludarla con alborozo.
Manolo soltó la mano izquierda del manillar y la levantó para saludar, sin atreverse a mirar atrás y perder el equilibrio.

La Macarena, el corral trasero de la Guardia Civil, el horno de Juan Cerpa, la casa de Manolo Valdés, la embocadura de la carretera con el Punto, la miga de Pepita Pérez y el taller de los Polanco, a la izquierda;y la huerta de Joselito, enfrente. Carmelo conocía bien aquel rincón.

-¿Vas bien, Pelma?
-Sí.

La carretera estaba salpicada de moreras a ambos lados, ligeramente por encima de las cunetas. Pasaron por delante del cementerio desde donde ya podían divisar los eucaliptos de La Lagunilla. Estaban saliendo de Chipiona entre viñas de moscatel, Dejaban atrás el fielato cuando Manolo exclamó contrariado.

Coñó, los civiles!

Aminoró la frecuencia de pedaleo a medida que se acercaba a la barrera del paso a nivel. Una pareja de la Benemérita daba el alto a los vehículos porque iba a pasar el tren. Carros tirados por mulas, bicicletas, peatones con sacos al hombro, burras, y algunos coches se fueron sumando a la carvana hasta que pasó el tren y el guardagujas alzó la barrera. Los civiles gesticularon con la mano para dar via libre. Carmelo y Manolo pasaron los primeros.

Los nueve kilómetros que separaban las dos poblaciones vecinas son muchos kilómetros para ir sobre el portamantas de una orbea, por mucho que la pinten de negro. Carmelo pidió una parada en el eucaliptal de Santo Domingo, para darle un rieguecillo a la arboleda y para estirarse un poco. Manolo hizo lo propio y volvió a la bici escurriéndosela.
Carmelo montó otra vez, con menos ganas que la primera.
-¿Falta mucho?
Sanlúcar de Barrameda desde Cuesta Blanca
-Un poco más.¿Nos volvemos?
-No.



Desde Cuesta Blanca hasta el Cantillo, todo cuesta abajo, Manolo dejó la bici ir, casi sin dar pedales. Vieron acercarse Sanlúcar como si se arrimasen una postal a la cara. Carmelo mantuvo la vista en la torre de la O hasta que pasaron por delante del barranco desde donde emprendió el vuelo una bandada de patos. Se asombró con los charcos rodeados de juncos y de puros de aneas, poco antes de pasar por delante de la fábrica de ladrillos, en el último repecho del camino.
-Ya estamos en Sanlúcar. Vamos a bajar al río.¿Estás bien, Pelma?
-Sí.
Carmelo mintió. No sabía cómo ponerse. Le dolía todo el cuerpo; principalmente, las posaderas. Pero nunca había visto un río y no estaba dispuesto a desaprovechar aquella oportunidad.
Manolo detuvo la marcha apoyando un pie sobre el bordillo de la acera. Sudaba pero no estaba cansado a pesar de haber pedaleado a buen ritmo. Señaló un azulejo antes de echarse abajo por la empinada cuesta que los llevaría a la Plaza del Pradillo como si bajasen por un tobogán.
-Mira, Pelma, esta es la calle Juan Sebastián Elcano.¿Lo ves ahí arriba?
-Sí.
Y pasaron por El Pradillo como un cohete.
-Aquello es el río.¿Lo ves?
-No.
Llegaron a la arena seca. Carmelo no podía moverse del portamantas porque llevaba los pies dormidos. Su hermano le ayudó a bajar de la bicicleta y le ofreció la mano para que anduviese por la arena hasta que se le quitara la hormiguilla. Llegaron a la orilla. Manolo observó que Carmelo sangraba por un labio abierto en el pulgar de su pie izquierdo.
-¡Quillo!¿Dónde te has hecho ese corte?
-¿Qué corte?
-Ése;el del pie.¿No te duele?
-No.
Carmelo aún no había recobrado toda la sensibilidad por mor de la hormiguilla. Se había cortado con un cristal de una botella de cerveza enterrada en la arena y no se había dado cuenta. El dedo estaba lleno de arena blanca y parecía un pionono rosa. Se lavó la herida sangrante en el río. Al poco, empezó a sentir picor y luego se quejó del dolor.
-Mira, Pelma. Este es el río Guadalquivir. Por allí está Sevilla y por allí, Chipiona. El río viene de Sevilla y va hasta la playa. Esto es agua dulce, pero no se bebe porque casi todo es meao. Allí enfrente está Doñana.¿Ves los pinos? Ahí hay toda clase de animales.
Carmelo buscó la arena seca para volver a llenarse la herida.
-¿Adónde vas?No te lo llenes otra vez de arena.-le recriminó su hermano.
-¡Qué va!¡Si te parece me lo voy a dejar lleno de meao!
Manolo reía a carcajadas.
-Pelma, cuando te pregunte el maestro los ríos de España, le dices que has estado en la desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda.¿Te acordarás?
Carmelo y Manolo tuvieron que explicárselo a su padre antes que al maestro.
Llegaron a Chipiona ya de noche, guiados por la luz de la triste bombillita del farol.
-La dinamo es buenísima.-concluyó Manolo en cuanto que entró por El Punto, donde estaba la primera bombilla encendida del pueblo.
Sus padres, su tía Francisca, hermanos, vecinos y primos los estaban esperando en la puerta, junto con su tía Rocío y su abuela.
-Venimos de Sanlúcar. Yo creía que estaba más cerca, papá.-dijo Manolo.
-Ya me lo ha dicho la abuela.¿Estás bien?
-El niño se ha hecho un corte en el pie con un cristal.
-Pero no es ná. No me duele y ya no me sale sangre. Me lo he lavao con agua del río Guadalquivir. ¡Papá, hemos estado en el río!
Carmelo no podía contener la alegría. Todos estaban contentos, a pesar de la bronca que se suponía próxima. Su padre le limpió la herida y le dejó el dedo nuevo. Luego, durante la cena, vinieron los "pero a quien se le ocurre", los "habráse visto la ocurrencia", o el socorrido "para haber pasado algo". Se echó en falta el "para haberse vaciado un ojo", tan manido en tantísimas situaciones.
El colchón de muelles se alegró de recibirlo cansado.Aquella noche Carmelo soñó con el Coto de Doñana y aprovechó para introducir algunos elefantes, tigres y leones. Su mente se entretuvo jugando en la orilla del río volteando una cantinela: "¿Te acordarás?".
Bicicleta Orbea antigua

7 comentarios:

  1. RECUERDOS: En una entrada también mencioné al Busquillo, a la curva del Chusco por donde pasaban los amarillos (El Rincón de Valdés), al cine Avenida, de los primeros viajes a Sanlucar, no me acordaba de las matrículas de las bicicletas, que recuerdos han venido a mi mente, un saludo.

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  2. como siempre con tus entradas nos traslada a esa infacia, llena de travesuras, y aventuras, las cuales solian terminar en una buena soba por parte de las madres, muy bueno lo del Florencio con el autobus, pegandole manotazo al volante, para poder maniobrar en la esquina del Chusco...Un saludo...TONY

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  3. Vine, como quién dice, a devolver la visita y agradecer el comentario a mi poema.
    El paseo ha sido de lo más placentero...así pues -con tu permiso-, frecuentaré por este espacio.
    un abrazo

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  4. Gracias por tu visita Pasto...!
    Tu relato me gusta por la frescura,cercanía y emoción que pones en él...El niño interior sigue inspirando al hombre,llenándolo de ilusión y esperanza,equilibrando su espíritu.
    La vida es sentir con intensidad cada momento.
    Mi gratitud por hacernos partícipes de recuerdos siempre presentes.
    Mi abrazo inmenso,amigo.
    M.Jesús

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  5. Me ha gustado mucho esta entrada para mí es buenísima, pero me hubiera gustado saber un poco más de cada película

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