domingo, 19 de junio de 2011

LA MOÑA



-Después tenemos que ir a la escuela del Santo. Lo ha dicho don Antonio.
-¿A la escuela para qué?
-Para tomar chocolate con galletas. Tenemos que ir todos los niños vestidos de comunión.
A Paquita no le hizo mucha gracia que el maestro hubiese decidido lo que tenían que hacer los niños cuando terminase la ceremonia de la primera comunión. Había hecho sus planes y daba un repaso al itinerario que seguirían para visitar a los familiares más allegados con el fin de entregarles las tradicionales estampitas de recuerdo cuando Carmelo recordó las instrucciones protocolarias del maestro.
- Pues a ver a qué hora termina todo.Estate quieto, gorrión. Deja que te doble bien los puños y te ponga los pasadores.
-¿Qué son los pasadores?
Paquita le mostró uno de ellos. Una minúscula cadenita de oro rematada por una herradura de caballo en uno de sus extremos y por la cabeza del mismo animal en el otro extremo.
-Esto es un pasador. Y ahí encima está el otro. Como la camisa de almirante no tiene botones, te pondré los pasadores para sujetar los puños.
A Carmelo le gustó bastante la idea aunque no terminara de ver muy clara la relación que pudiese haber entre un almirante y dos caballos.
-Vale. Los pasadores sí me los pongo pero la moña, no. Yo no quiero moña.
Mari ya estaba vestida de princesa desde hacía un buen rato. Se remiraba en el espejo del ropero acercando y alejando la medalla que pendía de su cuello.
-Mamá, ya ha dado el primer toque.
Su madre hizo como que no había oído a Carmelo y se dejó de contemplaciones de última hora. Sujetó al benjamín con firmeza, como si fuese a herrarlo o a marcarlo con el hierro de la yeguada, y adoptó un tono autoritario.
-Tita, trae la moña, que se la voy a poner ya.
-¡Que yo no quiero moña!
-Tus hermanos hicieron la comunión con moña. Y tú también la vas a hacer con moña te pongas como te pongas. Toma los guantes y el librito.
"Tus hermanos hicieron la comunión con moña y ..."
Francisca tenía la moña en la mano y no parecía muy ilusionada. La arrimó al brazo del gorrión y chasqueó ladeando la cabeza a un hombro.
-¿Qué le pasa, Tita?
-Que tiene color de chochomona de estar guardada. La teníamos que haber lavado con el traje para que siguiesen con el mismo tono.
Carmelo vio el cielo abierto.
-Mejor.
El segundo toque se oyó con toda nitidez y Paquita decidió que el pequeño gorrión ya iba suficientemente ataviado. Así que cambió de opinión y dio por zanjada la operación almirante.
-Deja la moña ahí, que eso ya no se lleva, y vámonos que se nos hace tarde.
Carmelo tocaba las cabecitas de los caballos con las manos enguantadas, sin saber qué hacer con el librito de nácar. Mari permanecía inmóvil mientras su tía le sujetaba el velo con alfileres de cabezas blancas.
Lavado de cara de última hora, repaso de peine, cerrado de ventanas, despeje de tiestos del salón, el bolso, las llaves, cerrado de puertas hasta llegar a la puerta de la calle, mirada y remirada a los niños y últimas instrucciones.
-Muy bien, Mari. Vas guapísima. Ponte al lado del niño para que no meta la pata.
-Niño, como pierdas los pasadores te vas a enterar.
La princesa y el almirante salieron a la calle con toda la luz del mediodía de un treinta de mayo y relucientes como una pared recién encalada.
La niña iba recatada y tranquila; Carmelo, loco de contento porque no llevaba moña.

Moña de comunión. Imagen de Internet

viernes, 10 de junio de 2011

GAVIOTAS SOBRE EL HUMILLADERO

Gaviotas sobre el Humilladero
Carmelo pasó aquella mañana por delante del Humilladero de Regla. Llevaba la talega colgada del hombro y miraba las gaviotas con los ojos entreabiertos. Faltaba poco para el mediodía y debía apresurarse con el almuerzo de su padre y de sus hermanos.
Soplaba un suave viento del suroeste que le acompañó desde la higuera del Santuario hasta que se dejó caer por detrás de Santa Clara. Desde los eucaliptos secos estuvo observando a su padre espolvoreando azufre con un saquito de esparto. Manolo cortaba cañas con un hocino y Lucas hacía rodar una bola de hierbas por un canalizo.
El Pelma no pudo resistir la tentación durante más tiempo y abrió la talega llamado por el olor del pan de cundi tierno y casi calentito. Le dio un pellizco a uno de los picos y lo dejó fundir en la boca antes de bajar por la duna en busca del portillo entre higos de sangre.
- Dice mamá que me tenéis que dar un bocaíto del de la tortilla de papas.
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