lunes, 24 de enero de 2011

LA PRINCESA Y EL ALMIRANTE

Insignia de los Caballeros de la Orden de Santiago




-Papá, dice don Ángel que el Pelma ya se sabe el Pedrenuestro, el Señor mío Jesucristo, el Credo y casi todo el catecismo; que, si tú quieres, ya puede hacer la Comunión.
Manolo le dio la noticia a Antonio sin poder disimular su satisfacción. Llevaba varias semanas preparando el catecismo y las oraciones básicas con sus hermanos menores. Mari ya gozaba del visto bueno del párroco desde la semana anterior y Carmelo tuvo que aprender a marchas forzadas, pues debía estar dispuesto para finales de mayo. Así que, entre Mari y Manolo aplicaron a Carmelo un cursillo intensivo de Catecismo e Historia Sagrada...algo parecido a un bombardeo de preguntas y respuestas que pronto dio su fruto.
Antonio no estaba menos orgulloso. Le hizo unas preguntillas de tanteo y se dio por conforme con las respuestas de Carmelo.
-Muy bien. Papagalleao, pero bien.
Manolo invitó a su padre a que le pidiese al pequeño gorrión que cantara. Lo hizo aguantando la risa, con cierta complicidad que no pasó por alto su padre.
-Venga, hijo, canta lo que has aprendido hoy.
Carmelo arrancó sin hacerse rogar.

Desde el principio
al sanatorio;
del sanatorio
hasta el pinar.

Antonio y sus hijos se carcajearon un buen rato sin que Carmelo supiese por dónde iban los tiros.
-Leer lee bien; pero de oreja está fatal. Habrá que arreglarle el traje que te regaló la abuela y recogerle de largo, que éste hace mucho menos bulto que Lucas. Ya verás cómo entre tu madre y tu tía se lo dejan como un guante.
Manolo abrazó a Carmelo y Mari le enseñó las fotos de sus hermanos con el traje de Caballero de la Orden de Santiago, "con hombreras de almirante", como decía Lucas.
Mari le metió  por los ojos a Carmelo las dos fotos de los almirantes de la orden, Manolo y Lucas, al tiempo que le gritaba.
-¿Te dije que cuando te aprendieras bien el Credo lo demás estaba chupao?¡Harás la Primera Comunión conmigo!¡De almirante! Tú de almirante y yo de princesa.
-¿Y tu traje?-preguntó Antonio a su hija.
-Lo están arreglando entre mamá y la tita. Me lo pruebo mañana otra vez.
Antonio se dirigió a su primogénito y le reconoció con serenidad que había hecho un buen trabajo con Carmelo y con la niña.
-Cuando el niño haga la Comunión os voy a cambiar de colegio a los tres. Los frailes están abriendo uno nuevo Tras de Regla. Os pillará más lejos, pero quiero que estéis allí.
Manolo abrió los ojos de par en par.¡No podía creerlo!
-Es muy grande, Papá. Está en el camino de la Laguna, junto a la Tapia de los Moros.
-Allí estaréis para el próximo curso.
-Aquello está plagao de pájaros.-dijo Manolo frotándose las manos.

lunes, 17 de enero de 2011

TARZÁN EN LA HIGUERA DE PEPÍN



La fachada del Gran Cinema estaba recién blanqueada y los albañiles recogían desconchados en el interior del cine de verano. Las puertas estaban de par en par, como si hubiera terminado la función de los sábados. Las carteleras descansaban recién clavadas en el interior del patio de butacas esperando que secara la pared. Antonio retiró los carteles de los fotogramas sobrantes y clavó el rótulo de "próximamente" sobre el marco del tablero.
-Primo, trae aquella tira de cartulina del mostrador; la que pone "autorizada para todos los públicos".
Carmelo se vio dentro del cine, ayudando a montar una de las carteleras a un primo de su padre. Venía del colegio tirando piedras con sus amigos y firmaron una tregua para ver cómo preparaban el cine para la temporada de verano.
Entró, cogió el rótulo del mostrador del ambigú y se lo acercó a El Bizco.
-Primo, ¿cuándo abren el cine?
Antonio permaneció de rodillas mientras clavaba el "autorizada" tratando de sujetar el resto del letrero con la mano del martillo.
-¿Dónde coño se habrá metío el niño? A ver, hijo, aguanta tú aquí un momento.
Carmelo miraba las fotos con los ojos más abiertos que la boca y se agachó para sujetar el rótulo.
Antonio le informó que aún faltaban un par de semanas para comenzar porque el maquinista aún no había terminado de montar las máquinas de proyeción.
-Ahora estamos preparándolo todo. Tenemos que blanquear, arreglar las butacas, fregarlas; poner a punto los cuartos de baño, el ambigú...
Carmelo hizo un gesto a sus amigos de apedreo para que se acercasen a la cartelera yacente. Todos se embobaron viendo la exposición de fotogramas de "Tarzán en Nueva York".
De la parte de los servicios se acercaba un mozo con paso tranquilo. El Bizco le gritó con desesperación.
-¡Millán!¿Dónde coño te metes?
-¡Ni cagar puede uno!
-Nos vamos, primo.-se despidió Carmelo.


                                                          ***

La cartelera aguantó en la misma alcayata desde mediados de junio hasta el primer fin de semana de septiembre. Durante ese tiempo fue preciso restituirle un par de fotogramas que habían desaparecido de la exposición  por arte de birlibirloque. Las fotos supervivientes tenían un color de chochomona que contrastaba descaradamente con los dos flamantes fotogramas acharolados.
Guillermo y Emilio también desgastaban las carteleras de Tarzán en Nueva York, de tanto mirarlas, y tenían a toda la familia Olave aburrida de preguntarles por la fecha del estreno. José Luis, Paco, María Luisa, Cari, María del Carmen...siempre sonreían y contestaban con un "ya falta menos".
A Emilio no se le iba por alto el drama.
-El verano se va y han puesto todas las películas menos la de Tarzán en Nueva York.
Guillermo cogió carrerilla y saltó hasta lograr asirse de una de las ramas principales del moral de la esquina de don José Caballero, frente a La Plancha. Motivado de tanto ver las carteleras de Tarzán, siguió trepando casi hasta la copa, moneando como Chita. Miró al frente y no dijo ¡eureka! porque nunca lo había oído decir.
-¡Quillo!¡Desde aquí se ve el cine!¡La pantalla entera!
A Emilio le faltó el tiempo para emular a su primo y se acomodó sobre otra rama.
-¡Sube, Carmelo! Desde esta palanca también se ve toda la pantalla.
Carmelo subió y buscó acomodo en la palanca que quedaba libre. La pantalla pillaba algo lejos, pero se veía al completo.
Durante el resto del verano disfrutaron de una novedosa manera de ver el cine de válvula, aunque la acústica no era muy buena por mor del trasiego de gente a sus pies y del viento variable. Las risas estaban garantizadas aunque la película fuese de terror.


Lucas, los aguilitas, los cascarillas y su primo Dominguito, el Mancebo, habían descubierto otra veta para ver el cine gratis desde el exterior.
En el campo de Pepín Sánchez, que lindaba con la tapia lateral del Gran Cinema, había una higuera jaquetona de brevas negras. Era una higuera de tres cosechas: las brevas, los higos y, entremedias, el cine durante todo el verano. Desde sus ramas más altas se podía vislumbrar la pantalla del cine si se sabía mirar entre los cañizos.La pantalla se veía sesgada, pero se oía bien y sobraba imaginación para añadir a la mente lo que el ojo no lograba acercar al cerebro.
Carmelo cuadrapeó algunas películas a caballo entre la higuera y el moral. Lo que oía en una no lo veía en la otra, y viceversa. No vio una película en condiciones en todo el verano pero disfrutó haciendo el tarzán de árbol en árbol. El cine le daba igual.

lunes, 10 de enero de 2011

LA GRAN RECALÁ

El Muellecito (Gentileza de "Salvemos el Muellecito de Chipiona")

El Muellecito, casi cubierto; la mar, ligeramente rizada.¡ De dulce!
Los pulidoros ocupaban la cubierta, casi al completo. Poco a poco, como quien no quiere la cosa, se fueron adueñando de la punta del embarcadero, la parte más cotizada. Los misas se calentaban en la arena a la espera de la pleamar. Les acompañaban los marpegas, los mayoyos y los dos violos chicos. Los boedos se acercaban desde el bar Playa, el de la Playa, con la barriga hinchada y surcada por los chorreones de agua del búcaro.
La brisa se fue espesando y el olor a sardinas se diluía bajo el aroma de los pajaritos de huerta. Los cuernos de cabra de la última fritada se apropiaron el aire de tal manera que casi no se podía oír con nitidez "La playa estaba desierta, el mar bañaba tu piel, cantando con mi guitarra..."
Los últimos comensales apuraban el tintorro y se afanaban en agotar los mondadientes y las finas servilletas de propaganda.
"Para tí, María Isabellllllll"
-¿Qué van a tomar de postre los señores?
-¿Qué hay?
-¡Qué va a haber!¡ Aquí estamos!

"Vamos a la playaaaaaaaaaaaa, calientaa el sooooolllllll"

Segundo y Carmelo atravesaron el bar pisando las colillas y los platillos de cerveza ocultos entre las bolas de servilletas y los carrozos de los pimientos fritos.

Serían ya los primeros días de septiembre pues sus pies apenas notaban diferencias entre la basura y los desperdicios.
Carmelo dio una palmetada sobre la máquina de los discos, harto ya "coge tu sombrero y póntelo..."; con la mala suerte de caerle el tinto a un chavalote achicharrado, con la cara pintada de crema blanca entre pellejitos sueltos. Se desafiaron con las miradas en el momento del "chibiribirí po po po pó..." y Carmelo disparó primero.

-¿Tiene usted hora?
-Las cuatro en punto, miarma.

Al bajar la tosca escalerilla del Tani, todas las miradas se clavaron en Segundo. Parecía que estuviesen esperándolo.
Manolo, el de Concha, más conocido entre sus amigos como El Moñi, se hizo cargo de la megafonía inalámbrica, se arrimó las dos manos a la boca y gritó como si hubiese entrado un oficial a bordo.
-¡Euuu!¡ Ellllllllll Gunnnnnnn-DO! ¡Hoy tenemos RE-CA-LÁS!
Manolín y Paco se acercaban desde la caseta de Paco Lozano, trotando por la orilla. Los dos primos aceleraron hasta que la arena se hizo más blanda, ya tras la rabadilla de la pared del corral.
El Moñi, auténtico show-boy, hizo los honores al recién llegado.
-¡Euuu! ¡Ese ce-pi.-llaaaaaaaaa-ZO!
Al poco, ya casi sin resaca, la mar dijo ya no subo más. Asomó Aurelio sobre las uralitas del bar como si hubiese estado oculto durante horas y reclamó la atención de la concurrencia.
-¡Quillo! ¡Quitarse, que me tiro!
Amagó, dio media vuelta y se lanzó a la arena desde el muro que daba fin al paseo.
Se frotó las manos para quitarse la arena y para alegrarse por la presencia de Segundo.
-Gundo. ¿Te echas una varita a recalá?
Segundo le aceptó el reto levantando el hocico con seguridad.
-Contigo y con quien quiera.

El Espigüi, los chocos, los vardeles, los pastorinos,los lozanos, los mayoyos, los misas, los cascarillas, los zarazagas, los cubalas, los culocorchos, los querys y otras sagas y gente suelta se sometieron al arbitraje del mayor de los pulidoros. Las reglas eran muy sencillas:
Cada participante se lanzaría, por turnos, desde la punta del Muellecito. Ganaría quien saliese del agua a mayor distancia del punto de lanzamiento. El cuerpo tenía que quedar totalmente sumergido, quedando prohibido nadar en superficie. Segundo había puesto como condición para participar que sería el último en lanzarse. Y se le aceptó.
Los más pequeños comenzaron la ronda de recalás, con sus piques.
Carmelo aprovechaba el día de playa hasta que el sol le decía adiós.

Aurelio se quedó a unos metros de la punta del corral y casi entrega la pelliza.
Fue superado por casi todos los mayores.
El segundo de los pulidoros, Manolo El Jarabo, sobrepasó la punta del corral de sobra. La distancia parecía insuperable. Y un "¡Oh!" silenció la playa cuando asomó su pelo quemado a una distancia imposible para los demás.
Segundo tomó aire y se perdió bajo el agua. Todo el bar miraba hacia la mar. La orilla estaba cuajada de curiosos, como si estuviesen embarcando a la Virgen del Carmen desde la roca.
-¡Ese chavea no sale!¡ A ese nota le ha pasao algo!
El público empezaba a inquietarse y se alzaron algunas voces requiriendo a la Guardia Civil.
El Gundo nunca imaginó que hubiese tanta gente con ganas de verlo. Hasta que lo comprobó con sus propios ojos, sentado en la orilla, entre el gentío.
Había pasado al corral de La Longuera trascalando en sentido contrario al que todos esperaban y llevaba un rato mirando las espaldas de los alarmados buceadores.
Sintió apuros y rompió la espectación.
-¡Quillo, tranquilos, que estoy aquí!
Mezcló unas risas con los insultos de la gente y corrió a tirarse en la arena calentita.
Los bañistas fueron encajando la broma y le hicieron compañía lanzándose bocabajo con las manos en el pecho para estamparse unas costillas o un corazòn, al gusto.



Esta entrada se la dedico a mis amigos del Facebook, especialmente a "Salvemos el Muellecito de Chipiona" por dar la talla en la recuperación del histórico embarcadero.


miércoles, 5 de enero de 2011

EL COLCHÓN CALENTÓN


El colchón de muelles venía envuelto en un plástico grueso y translúcido. Manolo lo trajo con Pedro Ceballos desde la tienda de Baldomero, frente al Tani. Pedrito hacía de timonel y Manolo de vigía de proa, hasta que lograron atracarlo en la casapuerta, recostándolo en la pared.
La cama de tubos azules galvanizados se llevaba los últimos martillazos sobre las esquinas del somier plateado. Lucas y Mari montaban la cama nueva tratando de dar ánimos a Carmelo.
-Esta noche duermes aquí.
Carmelo no sabía si reir o llorar cuando oyó a su hermana diciendo aquello. Había tenido que dejar de dormir en la cuna porque no paraba de columpiarse y estaba más tiempo en el suelo que a lomos del catre balancín. Ahora se había hecho a dormir con su hermano mayor y no le gustaba la idea de perder su rinconcito junto al muro encalado. Se sentía seguro sabiendo que era imposible caer al suelo mientras estuviese encajonado entre Manolo y la pared.


La cama se transformaba en galera de remos o en barco vikingo en menos que se se afeita una rana. Bastaba con desmontar las tablas que hacían de somier y soltar enmedio del barco el jergón de lana invernal o de paja veraniega. El buque de Lucas siempre estaba dispuesto a la batalla, con la almohada cañonera en ristre. Si había guerra, allí estaba él; si no, la declaraba con solo desmontar las tablas y agarrar su almohada.
-Soy Móloc. ¿Te rindes, cabezón?
-Eso nunca, cobarde. Ven si te atreves.-le contestó Manolo.
Carmelo no se caía por la borda en el fragor de la batalla gracias a la pared. Y a que tenía la cabeza dura. Cada dos por tres había que parar la guerra por el ruido de sus calabazazos.

-¡Alto el fuego!-dijo Manolo-¿Te ha dolío, Pelma?
Carmelo se rascó la cabeza en uno de tantos chichones.
-No, pero me pica.
-¿Que te pica con el cabezazo que te has dao?
-Es que me pongo ajopola para que no me duelan los palos.
La carcajada de los vikingos fue histórica, Carmelo se había restregado ajos silvestres en el cuero cabelludo. Los ajoporros tenían la dudosa propiedad de anestesiar el dolor producido por los golpes que los maestros descargaban sobre las cabezas o sobre las manos de sus pupilos. El aroma de las clases era algo así como el que tendría una olla de tigres al ajillo. El barco vikingo y la pared olían a lo mismo que la cabeza y las manos del pequeño guerrero.


-Vuelve a tu puesto, guerrero "Ajopola". Somos invencibles. ¿Te rindes, Chinetti?
Carmelo repitió: "¿te rindes Chinetti?"
-No me digas más Chinetti, que yo soy Móloc. Te hundiré el barco, mequetrefe.
-Perderás y te tiraremos a los tiburones, bellaco.
Carmelo repitió: "Te tiraremos a los tiburones, bellaco".
-Dos contra uno, mierda para cada uno.
-Si no te atreves contra nosotros, llama a la Chuputea, cobarde. ¡Lucha!
Carmelo repitió: "Lucha, cobarde".
Cuando Mari entraba en batalla decantaba la victoria de parte del buque insignia de la flota del sanguinario Móloc. Tal era su ferocidad en el combate.




-Esta cama no se hace un barco. Yo aquí no me acuesto. Yo quiero acostarme con el Manolo.
-Toma el martillo, Pelma, que esto ya está montao. Lo voy a probar.
Lucas se sentó sobre el somier y comenzó a saltar como si se hubiese sentado sobre una cama elástica.
-Mira, Ajopola, esto es de gomabol. Sube y salta.
A carmelo le gustó la idea y empezó a saltar de pie, sobre el somier. El griterío, las risas y los chirridos llamaron la atención de su madre, quien ordenó que se dejaran de juego y que recogiesen las herramientas; es decir, que llevasen el martillo de bodega al hueco de la escalera. Obedecieron y volvieron a las andadas. Carmelo saltaba y Mari le insistía en que aquella era su cama, para él solo.
-Yo no la quiero. Quiero dormir con Manolo. Que no te enteras.
Y seguía saltando del somier al suelo y del suelo al somier. Saltaba con los pies, con las rodillas, con el culo, con la espalda,...
Y su madre llegaba una y otra, y otra, y otra vez a llamarle la atención antes de que destrozase la cama nueva a saltos.
-Bájate de ahí
-¿Yo qué te he dicho?
-Te voy a dar fuerte en el culo.
-Que sea la última vez que te digo que te bajes.
-Vas a estrenar el colchón calentón.
-...


Y así hasta que su tía y ella consiguieron introducir el colchón de muelles en el forro y echarle la cremallera, sin quitarle el plástico. Lo dejaron más apretado que un saco de repollos; pero cerró con la cremallera reventona.
-A ver, gorrión, quítate de ahí que vas a estrenar el colchón nuevo-le dijo su tía.
-Yo ahí no me acuesto. Esto es para saltar.
Su hermana lo apartó del somier.
-Ven, Ajopola, y estate quieto, mira que vas a estrenar el colchón calentón.
Lucas y Manolo ayudaban con la ropa de cama, vistiéndose de romanos un rato y de zorros.otro.
Carmelo volvió a las andadas y desplegó una asombrosa variedad de saltos sobre el flamante colchón de muelles.Parecía un muñequito de goma dando volteretas sobre una cama elástica.
Su madre, su tía, su hermana y sus hermanos le repetían: "vas a estrenar el colchón calentón". Él cogía carrerilla y se tiraba en plancha machaconamente.
Hasta que su madre se encendió y le puso el culo al rojo vivo.
Carmelo, sudoroso y jadeante se rascaba los glúteos a dos manos.
Paquita y su tía ajustaban la bajera y terminaban de hacerle la cama, apartándole el embozo.
-¡Venga, Pelmacillo, a dormir!.Toma el pijama y ya te lo estás poniendo. ¡Ya no saltas ni gritas más!Que no te oiga más, ¡eh!!¡A dormir sin rechistar!
Mientras se cambiaba, los ojos se le enrojecieron tanto como las nalgas y miraba de reojo a sus tres sonrientes hermanos. Sabía que se burlaban de él. Miró hacia la calle y observó que aún no había anochecido. Vio cómo su madre encajaba la puerta que daba acceso al cierro. Buscó con la mirada a Manolo y lo vio borrosamente, al otro lado de la catarata. Se metió en la cama reprochándole entre sollozos entrecortados.
-Te dije que no quería que me compraras un colchón. Yo quiero dormir contigo en el barco vikingo, pegaíto a la pared.

Manolo se acercó y le prometió que el sábado por la mañana le pegarían una soba a Lucas en el barco vikingo. Que se pusiera bastante ajoporro porque la batalla iba a ser dura.Que le haría un arco. Y un tiraó de gomas flandes. Y flechas. Y todos sus huesos de damasco. Y un trompo zarapico. Que le dejaría soplar el alpiste del jilguero. Sacar muergos con la morguera de la bala.Llevar la caña de pescar hasta la playa, la grande...
-Y cuando me compre la bicicleta nueva te daré un paseíto. ¿Vale?
-Vale.
Antes de que cogiera sueño llegó su padre y lo hizo levantar para la cena. Comentaron el estreno que había tenido el colchón de entre catre y cama entre risas y más risas. Carmelo volvió a su lecho nuevo para que le celebraran la novedad y se acostó más conforme.
Se quedó dormido escuchando una canción que oiría durante años.

Pelmacillo, llorón.
que estrenaste el colchón
calentón.



A mi hermano Manolo, que me enseñó a vivir.


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