jueves, 23 de abril de 2020

PATA LA PATA


"Aún está lejos"

Hace muchos muchos años, vivía una familia de gansos en un cañaveral.

Papá ganso se llamaba Ocaz y mamá gansa se llamaba Bena. Tuvieron dos lindos hijitos a quienes pusieron de nombre Caña y Veral porque habían nacido entre las cañas.

Pata la pata recién nacida (Lola)

Ocaz era blanco como la espuma del mar y tenía unos ojos tan azules como el cielo en los días de verano. Era fuerte y atrevido. Tenía un graznido tan potente como la trompeta de un músico loco. Presumía de la fuerza de su grito y decía que era capaz de inclinar las cañas con solo uno de sus soplidos huracanados. En menos que canta un gallo te enseñaba los dientes y te amenazaba con su espolón. Le encantaba proteger a su Bena del alma y a sus crías.

Bena vestía un elegante impermeable de plumas grises con el que cubría su espalda y sus grandes alas. Lo llevaba puesto tanto por el día como por la noche; incluso se metía en el baño con él. Se abrigaba la barriguita con plumón suave y blanco. Era muy coqueta y bastante protestona. Le encantaba cuidar a su  Ocaz del alma y a sus crías.

Los hermanos Caña y Veral se divertían jugando en el césped. Buscaban caracoles ante la atenta mirada de sus papás. Como los caracoles no corrían demasiado, cogían muchos en poco tiempo y  se divertían dando saltitos cada vez que atrapaban alguno.

- ¡Otro!- Gritó Veral entre risas.

- ¡Otro! ¡Otro, otro y otro!-  decía Caña dando saltitos.

- Chicos, papá y yo vamos a darnos un baño. ¿Nos acompañáis?

Veral cogió carrerilla y saltó a la charca antes de que llegaran sus papás. Le gustaba ganar siempre.

- ¡Prímer!

Caña se acercó despacio,  bajó por la escalerilla y se deslizó suavemente, alzando bien el cuello para no mojarse la cara.

- ¡Qué bruto eres, Veral! ¿No sabes nadar sin salpicar?

- Si no te gusta, te sales. Necesito espacio para moverme.- contestó salpicando a su hermana en la cara.

Pata la pata en el baño (Andrea)
- ¡Ni lo sueñes! No pienso perderme mi baño diario porque tú lo digas, ¿verdad, papá?

La gansita rompió a llorar y papá ganso tuvo que poner orden.

Pata la pata llorando (Lola)
- Tengamos la fiesta en paz.- dijo papá Ocaz. Poneos cada uno en un extremo de la charca y disfrutad del baño. El agua está estupenda.- añadió.

Ocaz buceaba para pescar renacuajos. Metía la mitad  de su cuerpo en el agua y dejaba a la vista su blanco trasero. Era el momento más divertido del baño.

Sus hijos intentaban imitarlo; pero, con las risas, no eran capaces de hacer lo que hacía Ocaz.

Veral se acordó de los caracoles que amenazaban al olivo y dio por terminado su baño.

- Me voy a lo de los caracoles, mamá.

- Vale, pero no te alejes mucho porque el gato Vallaero te puede coger.

- No te preocupes, mamá.- dijo saliendo del agua.

- No seas tan atrevido, por favor.-le aconsejó mamá Bena.

Veral se zampó un buen puñado de caracoles y acercó su fino oído al suelo para oír los pasos del felino. Lo había visto en una película de indios y siempre lo hacía para saber si había algún peligro cerca.

- ¡Aún está lejos!-suspiró con alivio.

Y se alejó del olivo para explorar por el cañaveral donde había nacido.

Al olivo Manuel se le pusieron las hojas de punta. Olió en el aire el peligro que acechaba al pequeño ánsar. Pero no podía hacer nada.

Veral pasó por delante de Zizzy la serpiente y la saludó imitándola graciosamente. Estiró el cuello todo lo que pudo y siseó moviendo la cabeza de un lado a otro con gesto amenazante.

Zizzy reía a carcajadas cada vez que Veral la imitaba.

- No te alejes de tus padres porque he visto al gato Vallaero por aquí.- le aconsejó Zizzy aguantando la risa.

- No te preocupes. No iré lejos...

Veral y Zizzy (Belén)
Zizzy explicó al pequeño ánsar lo que había oído decir al malvado Vallaero.

- El gato está encaprichado en comer carne de ganso o de gansito. Va por ahí diciendo que es alérgico a la carne de pato porque le salen salpullidos en el hocico cuando le rozan las plumas de pato.
Amenazó con unos maullidos espeluznantes  "¡Ya no como más patos! A partir de ahora sólo comeré ¡Gansos y gansitos!  Me ocultaré y esperaré a que se acerquen hasta mi escondite".

Gato Vallaero (Vega)

Veral continuó caminando entre las cañas con un poco más de miedo a cada paso que daba. Sus palmípedos pies sudaban como nunca le habían sudado. Podía surfear sobre su propio sudor y la boca se le puso tan pastosa que era capaz de masticar su propia saliva. Pero no podía tragarla.

- Llegaré hasta el damasco y luego me vuelvo a la charca corriendo.- se dijo a sí mismo.

- ¿Qué haces por aquí, insensato?

El pequeño hijo del valiente Ocaz el ganso dio un gran salto y cayó de pie como si fuese una estatua de mármol sobre un estable pedestal.

- ¿Qui Qui Qui Quién está ahí?

- Soy Uve. Tu amigo Uve, el lagarto del cañaveral.

- ¡Ho Ho Hola, U U Uve! ¿Has Has Has visto a Va Va Vallaero?

- ¡No me digas que lo estás buscando!

- ¡No, no! ¡Qué va!.- Es que me ha dicho Zizzy que...

- ¡No me digas más! Te ha dicho que Vallaero ha dejado de comer patos y que a partir de ahora va a comer gansos. ¿no es eso?

- Pu Pu Pues sí.

Uve oyó el chasquido de una rama, miró hacia arriba y vio a Vallaero subido al damasco. Estaba oculto entre las hojas, encogido y  preparado para saltar sobre sus presas.

- ¡No te muevas! Voy en busca de ayuda.

Veral se ocultó entre la hojarasca y  Uve corrió como un rayo hasta la charca. Papá ganso y mamá gansa ya sesteaban bajo la encina. Caña estaba saliendo y se disponía para secar su plumón al sol.

Pata la pata saliendo del baño (Vega)
- ¡Veral está en peligro! Sube a mi espalda y grita todo lo que puedas. Te iré explicando por el camino.

Caña subió a lomos de Uve de un salto, sin titubear. El lagarto le explicó cómo Vallaero había cambiado sus gustos culinarios y se había decantado por la carne de ganso porque había aborrecido la carne de pato.


Pata la pata sobre Uve (Carmen)

La pequeña gansa rogó a Uve que pasara por delante de la casa de los patos. Sin bajarse de su montura, arrancó un buen puñado de plumas a  la cola de Pato Mareado, que tomaba el sol con los ojos cerrados y ni se dio cuenta. El lagarto aceleró el paso y llegaron en un santiamén a los pies del albaricoquero.

Pato Mareado (Carmen)
Los dos gansitos se abrazaron en lo más tupido del cañaveral ante la atenta mirada de Vallaero.

- ¡Ahí están! Sé que están ahí.¡Marchando una ración doble de gansos en su salsa!¡Oído cocina!

Pero no había contado con la astucia de Caña. La hija de Bena y Ocaz ofreció a su hermanito parte de las plumas que acababa de arrancar a Pato Mareado y le dijo al oído:

- Cubre tu cuerpo con estas plumas de pato y las sujetas con fuerza bajo las alas. Olvida que eres un ganso y compórtate como un pato. Di solo cuac cuac y mueve las plumas de Pato Mareado.

Ella hizo lo mismo con el resto de las plumas. Las sujetó firmemente bajo sus alas y comenzó a agitarlas al mismo tiempo que gritaba "¡Cuac cuac!¡Cuac cuac!"

El felino miraba con asombro a los dos hermanos gansos.

- ¡Vallaero, no nos comas, por favor!¡No nos comas! Somos dos pobres patitos que nos hemos perdido y mamá pata nos debe estar buscando.-dijo la pequeña gansa con voz lastimera y llorando a moco tendido.

Uve el lagarto lloraba con ella.

-¡Pobres patitos!¡Pobres patitos!¡Snif snif!- gimoteaba con lágrimas de lagarto.

Vallaero se lanzó del damasco al suelo, se acercó a los hermanitos y estuvo husmeando unos instantes las plumas de pato que cubrían sus cuerpos.

- ¿Patos? Huelen a patos, pero aquí hay pato encerrado. No me fío.- dijo Vallaero con los ojos entreabiertos.

- ¡Cuac cuac!-dijeron los gansitos al unísono.

- Habláis como un pato, oléis como un pato, pero tú no me convences...¿Realmente eres un pato?- dijo acercando los bigotes al pico chato de Caña.

- ¡Cuac cuac! ¡No soy un pato!¡Soy una pata!

- ¿Y cómo te llamas, listilla?

Caña parpadeó y contestó al gato Vallaero:

- Me llamo Pata. Pata la pata.

Vallaero empezó a sentir picores en el hocico.

- ¡No!¡La alergia otra vez, no!- gritaba el gato mientras huía del cañaveral a toda pastilla.

Uve invitó a los dos gansitos a subir en su espalda.

- Sube, explorador. Suba usted, señorita Pata.- les dijo con sorna.

- A casa, Uve, por favor.-contestó Caña.

- Lo que usted diga, señorita Pata la pata.

Rieron los tres a mandíbula suelta y, a partir de aquel día, fueron todos felices y comieron caracoles.

Fin


viernes, 3 de abril de 2020

LOS ANSARITOS CARACOLEROS

Veral y Caña en busca de caracoles

Carmelo había oído que lo mejor para acabar con los caracoles era la cerveza. Había que poner un buen vaso de cerveza bien fresquita bajo un árbol y taparla con un platito para que los caracoles acudieran a beber la espumosa y amarga bebida. Los limacos llenarían el platito puesto a modo de tapa y poco a poco irían desapareciendo a la par que la cerveza. Si quedaban caracoles, se repetía la operación hasta terminar con la plaga.

Las risotadas de los mayores mosqueaban al pequeño gorrión. Pensaba que la gracia estaba en la palabra limacos y se reía también. Sin duda, todos pensaban que lo había pillado y se reía de lo mismo que ellos. Nadie se burlaba de él.

Una mañana, Carmelo vio a Manolo echar granulado azul alrededor del olivo del abuelo y sintió curiosidad por saber para qué servía aquella caja. Pensó que se trataba de algún tipo de pienso para atraer pajaritos o de algún abono especial para Manuel. Y preguntó para salir de dudas.

Manolo le enseñó la cajita con ilustraciones de caracoles sobre un llamativo fondo amarillo, con la palabra limacos destacada en verde.

-Quillo*, esto es para matar caracoles antes de que suban al olivo. Si suben, se comen lo más tierno y va a dar menos aceitunas.

Hacía calor a pesar de no haber roto aún el verano y el sudor les salaba la piel.

A la sombra del olivo sentían el fresquito de la camiseta húmeda pegada sobre sus cuerpos.

-¿Por qué no le pones cerveza?

Manolo reía a carcajadas como si el pequeño hubiera hecho un chiste espontáneo.

-¡La cerveza para mi!¡La cerveza para mi!-decía a risotadas.

Carmelo acompañó al mayor de sus hermanos con una risa que no sabía parar.

Había pillado la leyenda de la cerveza y los caracoles. Le dolían los hombros de la risa.



Con el paso del tiempo Carmelo descubrió distintos métodos para deshacerse de las plagas de caracoles. Ninguno tan efectivo como el método de la cerveza tapada.

Cuando Manuel se mudó a Los Majadales, pilló unos hongos y unos caracoles que le fastidiaban los pies y amenazaban con subir a estropearle la copa. El pequeño gorrión sentía preocupación por el daño que el aumento en número de aquellos limacos podría hacer al abuelo.

Carmelo recordó el método de la cerveza y se propuso ponerlo en práctica con alguna ligera modificación.

La determinación y voracidad con que los gansos daban cuenta de los caracoles acumulados en la base del tronco del olivo alumbró al nieto de Manuel.

Su abuelo iba a quedar libre de caracoles  sin recurrir a granulados ni a otros productos químicos.

Mantuvo la técnica de la cerveza fresca y probó a sustituir el plato de tapa por dos oquitas esmayás*.

Caña y Veral 



A Manolo. Cada primavera.

lunes, 30 de marzo de 2020

LAS DOS OQUITAS

Ocaz y Bena

Llegaron a  Benaocaz por la carretera que va desde Ubrique hasta la jaula de los ánsares. Era mediodía y varios chavales merodeaban por la feria jugueteando entre cabras y carneros.
Carmelo y la Rubia echaron un vistazo a la carpa y un repaso al folleto que Carmelo llevaba en el bolsillo del tabardo. Lo que veía en el papel no se parecía a lo que tenía ante sus ojos.

Carmelo se dirigió a un mozo que arrimaba agua a la partida de cabras payoyas del primero de los corrales de la feria.

- ¿Por favor, dónde están las gallinas y las demás aves?

-Lo que hay es lo que ven. Han fallado muchos expositores. Sólo han traído aquellos ánsares. Son de una muchacha de Villaluenga del Rosario. Lo demás son todo cabras, chivos, ovejas y carneros.

Un grupo de chavales jugaban a darse collejas junto a una jaula metálica con varias parejas de gansos en su interior. Eran las únicas aves que acompañaban a los gorriones en la feria del ganado.

Uno de los quinceañeros llamaba la atención de Carmelo y de la Rubia para que se acercaran al corral. Movía los brazos invitándoles a acercarse.

- Mira, Rubia, estos son ánsares. ¿Te gustan?- preguntó Carmelo.

Estuvieron unos minutos admirando su porte gallardo y escuchando los graznidos de la piara de gansos.

- Quince euros una collera y son suyos. Como pueden ver están criados.

- ¡Hecho! Nos llevamos una collera. ¿Podemos elegir?-la Rubia no pensaba marcharse de la feria con las manos vacías.

Carmelo sacó los quince euros y se los dio al joven que exponía la piara como si fuera suya.

- Quiero ese, ese, el más alto. Y dame también aquella del rincón -añadió la Rubia cuando el chaval ya tenía al macho atrapado.

- Tome, tome, señora. Buena elección. Ahora se lo amarro para que no se le escape. Tenga usted cuidado porque muerde.

- No muerde. Verás como no. Átame también a la hembra, por favor.

La Rubia soltó las bolsas de plástico con  productos típicos de las sierra gaditana y cogió a la hembra por las patas, cabeza abajo. Luego volvió a coger la bolsa de los quesos payoyos con la mano libre.

- Coge tú la otra bolsa, Carmelo. Ya está todo visto.

Carmelo notó los dientes que lucía el machote cuando le picó en el dedo índice de la mano izquierda. Fue el único error que cometió el ganso en toda la jornada. Aquella equivocación le sirvió para aprender que los compradores de ánades suelen tener más de una mano. Antes de coger la bolsa de los dulces y embutidos, su nuevo dueño le quitó las ganas de morder-picar.

La hembra fue más dócil. Sin duda había aprendido la lección en la oreja de su recién prometido.
Se dejó abrazar por su nueva dueña y le pidió con la mirada que se apurara en alejarla de Benaocaz, ¡pero ya! Sin duda quería ver mundo.

- De la sierra a la costa. Esta tarde estarás cerca de la playa, Bena.- le susurró al oído antes de que la gansa asintiera con un velocísimo parpadeo. Las palabras de la Rubia le sonaron parecidas a aquello de "esta noche cenaremos en el paraíso", pero le daba igual. Quería salir de aquella cárcel.

Ocaz no le quitaba ojo a Bena, como si se avergonzara de que ella hubiese sido testigo del bofetón que se acababa de tragar.

- Tengo la oreja ardiendo. Cuando pasemos por Villaluenga del Rosario, me tiro del coche.-pensó el ánsar.

Fue un farol de ganso. Por la tarde ya estaban en su nuevo hogar.

- ¡Qué novia más sosa me ha buscado el manazas este!

- ¡Qué mono es Ocaz! ¡Sin duda era el más apuesto del jaulón!-pensó Bena. Me gusta para compartir estanques.

Carmelo y la Rubia afeitaron las alas de los ánsares antes de desatarles y acercaron a la pareja una jarra de pienso campero y un cuenco de agua fresquita para que fueran rompiendo el hielo.

- Mañana os traigo pan duro. O pan.- dijo Carmelo.

El noviazgo comprado empezó a pasar de la comida de las gallinas. Cogieron un seguidito y se acercaron a los pies de Manuel para darse un festín de caracoles y albahaca.Y para aliviar cloacas.

- Deja que nos acerquen lo que quieran, que nosotros comeremos lo que nos parezca. ¡Qué se habrá creído este! Sígueme, Ocaz...¡Y la Rubia se va a enterar!-añadió Bena con tono amenazante.

Bena y Ocaz


sábado, 21 de marzo de 2020

EL CARPINTERO CIRUJANO



Al pájaro carpintero se le hizo el pico agua cuando detectó que las ramas huecas de Manuel sonaban como un xilófono en bruto. La coronilla rojiza subía y bajaba como un martillo pilón sobre el más antiguo de los brazos del olivo.

Poco a poco se iba emocionando y cambiaba la frecuencia y la intensidad del picoteo. No buscaba alimento alguno; picoteaba por puro placer...Siguió tanteando durante un buen rato. Cambió de rama; picó en la dura madera muerta; repicó en la madera del año; tanteó cada rama desde la base al muñón antes de recorrer el árbol por dentro como un espeleólogo verde con casquete rojo. Entraba por el hueco de una rama y salía por el extremo de otra.

Le pareció increíble que un árbol tan viejo encerrara tanta diversión. Y volvía a recorrerlo en su totalidad una y otra vez como si lo estuviera afinando para dar un concierto.

Picoteaba las entrañas de Manuel con la misma intensidad con la que había picoteado su piel.

- ¡Qué bien suenas, Manuel!

- Eso es el pico con el que me tocas.

- He visto  que tienes algunas ramitas con bultitos. Si quieres te las puedo quitar antes de que te den problemas importantes.

- A mi no me molestan. Llevo años con esos bultitos.

- No quiero meterte miedo. Yo, si fuera tú, me los quitaba.

- Tampoco les tengo cogío* cariño. ¿Cómo me los vas a quitar?

- ¿Tú qué crees? ¡A picotazos!

- Afílate el pico y ponte manos a la obra, campeón.

El pájaro verde fue el primer amigo de Manuel en la soledad de Los Majadales Bajos.




Dedicada a mi amigo y compañero Paco, que en Gloria esté.

lunes, 15 de enero de 2018

MANUEL, DE LA JAQUITA A LOS MAJADALES BAJOS

Manuel en La Jaquita horas antes de su traslado
- Llévame a donde quieras, pero hazlo rápido. Aquí las cosas ya no son lo que eran. Estoy hasta los cojones de soportar que los mulos y los caballos me roan las orejas; pero, lo que no pienso aguantar ni un día más es a los ponis royéndome las sierpes. Sácame de aquí hoy mismo.

Manuel está fatal de las piernas. Las arrastra con gran esfuerzo. Va cavando dos zanjas con las punteras de las botas y señala el suelo con la punta de su nariz porrona. Está muy mayor para ir de un sitio a otro y las mudanzas nunca le sentaron bien.

Ha perdido unas hojillas en el camino pero aún conserva un hermoso ramillete de varetones repletos de hojas de terciopelo blanco y verde.

- Lo ha perdido todo menos el flequillo, como si se hubiese pelado a lo Alfonso.

- A tu edad no es fácil moverse. Cuanto menos peso lleves más posibilidades tienes de adaptarte a tu nueva casa. Déjate el flequillo y mucho es. - le recomendó Alfonso para que aceptara la tala.

- Descárgame lo que puedas y mañana mismo, a primera hora, me llevas a Los Majales. ¿No había otro sitio para comprar la parcela !?

Por el camino fue dejando ramas enganchadas en casi todos los pinos de Peritanda. Era su manera de reivindicarse como olivo viejo y porculón. A sus años, tampoco iba a poner excesivamente fácil el traslado.

- Por ahí no cabe.

- Pues damos un rodeo.

- Por ahí va a rozar.

- Que roce.

Así fue todo el camino. Entre los "bambeteos" y las "camballás", llegó todo magullado y casi totalmente desbrozado. Lo que se dice hecho un cristo.

- ¿Estás bien, abuelo?

- ¿Hay ponis?

- No.

- Entonces estoy del diez. "Jíncame" aquí mismo.

Manuel tumbado 

El abuelo se plantó con firmeza en Los Majadales Bajos. Arrimó tierra fértil a sus pies como quien mete los pies en una palangana de agua tibia con sal y observó durante un largo rato a su alrededor.

- Me gusta lo que veo. De aquí no me mueve ni un terremoto. Échame agua, carajo.


Manuel recién transplantado en Los Majadales

                                                             ***   ***   ***

Se aliaron temporales y ciclogénesis explosivas desde que Manuel cambió sus pies de sitio. Ni Emma ni Félix lograron doblegar al centenario. El viento lo encontró bien cimentado y el agua resbaló durante meses por su cutis encerado. Por suerte, no le faltaron ni el agua ni el viento hasta la llegada del verano. Tampoco le faltó un gotero de retén azul, por si enfermaba.

- Cada día hacen los espantapájaros más grandes -se quejaron los gorriones cuando lo descubrieron al amanecer.

Pepe El Búho arrancó a hablar como si le hubiesen dado cuerda.

- De día, no tanto; pero de noche asusta hasta acojonar. Parece un monstruo que surge de las tinieblas para devorarnos mientras cazamos ratones. Esta noche no di pie con bola y se me escaparon todos los roedores por el maldito miedo a que me agarrara por sorpresa. ¡Así no hay quien se gane la vida!

Anoche casi me da un infarto. No me lo esperaba plantado ahí en medio de la nada, abierto de brazos, y tuve que hacer una maniobra temeraria que me costó un buen pellizco de plumas. Mira qué lucio me hice, gorrión. Parece un tipo duro aunque esté demasiado pelón para ser tan grande, diría yo. Como no se ponga una mascota va a echar humo este verano.

- ¡Te iba a gustar a ti! - apuntilló la búha.

                                                            ***   ***   ***


Los primeros brotes de Manuel

Era el día del padre cuando la primavera regaló al viejo sus primeros renuevos. Al poco le brotaron algunas prometedoras flores.

- La primavera, la savia altera, gorrión. Siéntate aquí conmigo.

Para San Marcos ya lucía hojillas nuevas a los cuatro vientos.

- Abuelo, te están saliendo hojas hasta en los sobaquillos.

- Tengo más hormigas que hojas. No me dejan vivir con la comezón. Si me perfumas los pies con unas plantas de albahaca, me dejarán tranquilo estas cabronas.

- Mañana te pongo la albahaca.

- Mañana ya vas tarde, carajo. Pónmela hoy.

- Te pondré también orégano y curry.

- El orégano también es bueno para espantar bichos; pero, ¿el curry qué coño es?

- Otra planta aromática. Sirve para echársela al pollo.

- Échasela al pollo y déjate de tonterías. Trae albahaca y orégano. ¡Pero ya!

Albahaca a los pies de Manuel
                                                               ***   ***   ***
En julio perdió las olivillas, las hojas viejas y las puntas de las ramas nuevas...¡y las hormigas!
La albahaca hizo estragos entre las hormigas.

La viruela fue otro tema. La contrajo en La Jaquita a lo largo de los años de abandono. Manuel tenía los nudillos minados de ramas artríticas que estrangulaban el aporte de savia a las hojas y a las flores. Hubo que operar antes de que arrancara con un nuevo ciclo. La motosierra y la pasta cicatrizante ultimaron la mutilación del último apéndice antiguo que Manuel conservaba. Cuando cumplía su primer año en Valdecaroche, perdió su preciado flequillo. Era enero.

- Corta sin miedo y me pones cera. Después de jodío, al río.

Manuel en su primer cumpleaños

La ciclogénesis explosiva de su primer año de transplante dio paso a la sequía en su segundo año.

El recibo del agua se disparó y Manuel llegó a mayo a base de manguerazos. Ráfaga tras ráfaga vio crecer sus primeros brotes en Los Majadales y conoció el nacimiento de numerosas ramitas nuevas a pesar de la pertinaz sequía.

Los gorriones le perdieron el respeto y los búhos, el miedo.

El algodón de la cochinilla se asomó protegido por el viento. Necesitaba un chaparrón de cobre y cal pero el viento no daba tregua. Pedía a voces un caldito bordelés mientras guiñaba burlón.

- A estas ramitas nuevas les vendría muy bien un buen kiki. Tanto algodoncillo no trae más que problemas.

- Cuando cese el viento, abuelo.

- Déjate de vientos y prepara un buen kiki.

Así discutían un día sí y el otro también hasta que una tarde se distrajo el viento y la cachimba azul hizo lo que mejor sabía hacer. ¡A tomar porculo el algodón!

- ¡Qué alivio, hijo!

Se perfumó la cara de curry en flor.

- Muy bueno el curry para el cutis.- reconoció.

Los días de levante se frotaba las manos con la albahaca y el orégano que estaban a punto de florecer. El caso era oler a Pompeya y a gloria bendita para caer bien a los niños desde el primer día; porque, como todo el mundo sabe, los niños son muy delicados en el tema olores.

- ¡Qué guapo estás hoy, Manuel! Estás hecho un pincel.

Y Manuel guardaba un silencio socarrón tras su firme corteza gris.

- Cuando vuelva a engordar aceitunas sí que estaré hecho un pincel.- pensaba para sus adentros.


Manuel Pastorino






A mi abuelo Manuel, quien me aficionó a comer aceitunas.

lunes, 18 de diciembre de 2017

ADIÓS, XINITA


Su hocico frío topó con la escalera de aluminio.
La madrugada se rompió en  lamento de despedida.
Se marchó hacia arriba dejando un decenio de dicha.
Fue roca.
Fue rosa.
Fue rosa sobre roca.

martes, 31 de octubre de 2017

LA VENTANA ABIERTA


Siempre abierta la ventana de la torre.
Siempre abierta sople o no sople
el viento de levante o de poniente;
el viento que te alce o que te aplaste;
el viento que te alivia con su roce.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...