domingo, 30 de diciembre de 2012

LAS AFUERAS DE BELÉN

Belén Municipal en El Castillo de Chipiona (detalle)

Belén Municipal en El Castillo de Chipiona (detalle)

viernes, 14 de diciembre de 2012

LAS NARANJAS DE LA ARAUCARIA

Naranjas de La Araucaria
Probablemente pensarás que se trata de un error, que las araucarias no dan naranjas.
Pues ya ves que estás bastante equivocado. Estas naranjas que ves son las mismas que veo cuando entro o salgo de mi casa. ¡Si sabré yo de dónde son!
La Araucaria
No lo parecen a simple vista, pero son agrias.
No encontrarás otras mejores para las coliflores esparragás ni para aliñar unas buenas aceitunas moradas. En estas fechas son imprescindibles como ingrediente secreto de rosquillas y dulces varios que alegran el paladar y estiran el cutis.
La reina de Inglaterra se deleita con mermelada elaborada a base de los frutos de las calles de Sevilla...pero no es lo mismo. Si no, mírale la cara.
Estas son diferentes... de las buenas.

domingo, 9 de diciembre de 2012

UN AJITO

Donde se pone una buena machacaera...
La elaboración de un ajo es todo un rito.
La cuchara y la maja entran en acción para dar el último toque.
-Una pizca más de sal y un machacaíto alegrón.
-Poco tomate tiene.
-Otro día le echaremos más...Tápalo que ya vamos tarde.
-¡Ojú!

miércoles, 5 de diciembre de 2012

sábado, 1 de diciembre de 2012

LAS TRES PIEDRAS

Las Tres Piedras 
Dejé mi vida en Amberes
para mirarte en la playa.
Cambié tus piedras, tu arena,
por la sierra gaditana
donde promesas y engaños
me destrozaron el alma.

Una piedra está en mi tierra,
La otra, llorando en la sierra,
se asoma cada mañana
a verte desde la orilla
mirando hacia mi ventana.

                                                             (Desde Faro Blanco, con dolor)

domingo, 30 de septiembre de 2012

LA LÁMPARA MÁGICA

La lámpara mágica

"La mañana se fue abriendo camino en busca del gazpacho."

                                                                        *     *     *

-¡Qué calor!
Castellanos parecía estar huyendo del peregrino de la bota en la mano; pero,  a media mañana,  se rindió y asomó la aguja del campanario por detrás de la arboleda. Era un pueblo pequeño y coqueto, al menos, en lontananza. Le pareció de caramelo y avivó el paso por si le hacía algún efecto el agua que había ingerido de los aspersores.
El ambulatorio estaba perfectamente señalizado y no muy distante del camino. Tampoco había muchos pacientes esperando, salvo varios ancianos para las recetas y  un niño con el rostro pálido que sujetaba su abdomen como si no quisiera que le robasen su gastroenteritis.
El niño fijó la mirada en el pie del peregrino después de escanearlo desde la coronilla al suelo, mochila incluida. Disparó la primera pregunta a bocajarro, ignorando los tirones que le daba su madre para cortar su descaro.
-¿Qué te pasa en el pie?
No esperó la respuesta y soltó la segunda, sin apuntar.
-¿Te duele mucho?
Y remató con una ráfaga de argumentos con los que quiso dejar bien claro que lo suyo era mucho más serio.
- A mi me duele mucho la tripita y tengo fiebre. El médico me llamará primero. Lo ha dicho la enfermera. Los que tenemos fiebre entramos antes que los que vienen sin fiebre. ¿Tienes fiebre?

La ATS movió el aire con la mano y el preguntón abandonó la silla sin quitar sus manos del tripamen. Al poco salió con un palo en la mano del mismo color que su semblante. Sonrió con una mueca de niño enfermo y volvió a mirar al peregrino.
- Te toca, peregrino. Tengo gastroenteritis.
El médico pidió a la ATS que ayudase. La practicante cortó el calcetín y puso al descubierto el acceso que molestaba al caminante.
- Así no va a poder seguir caminado. Al menos durante unos días.
El doctor cortó y limpió para que su ayudante terminase la cura y la cubriese con un generoso vendaje.
- Pues aquí termina su camino, caballero.
El caminante apoyó el pie en el suelo y dio unos pasos de prueba.
- No creo. He llegado hasta aquí peor de lo que estoy. Cambiaré de calzado y seguiré.
- Como quiera. De todas formas, procure que no le entre suciedad en la herida y haga que se la curen dentro de un par de días. Esto se lo toma usted si le duele. Buen camino.
Y le alargó una receta que el peregrino tomó sin molestarse en leer.
- Gracias.¿Una zapatería por aquí cerca, por favor?
La practicante le recordó lo pequeño que, en ocasiones, parece ser el mundo.
- En esta misma acera, un poco más abajo, hay una tienda donde venden un poco de todo. Es de la señora que acaba de salir con el niño.
- ¿El fiscal?
Los sanitarios asintieron levantando la mano hasta el punto en que abre la sonrisa.

La mañana se fue abriendo camino en busca del gazpacho.

- Mamá, aquí está el hombre de la mochila. Quiere unas chanclas. ¿Te duele el pie?
- Ahora no. Pero no puedo ponerme la bota. No me cabe.
La dependienta no tenía el calzado que se precisaba. Lo abultado del vendaje obligaba a utilizar un número muy grande, poco frecuente en una población pequeña.
- Tendrá que volver a Salamanca. Allí puede que lo encuentre. Si quiere, le acercamos en el coche. Vivimos en la capital.
- No quisiera molestar. Además, quiero hacer todo el camino a pie.
- No es molestia. Créame. Le acerco a Salamanca; compra unas sandalias o chanclas si tiene la suerte de encontrarlas y luego le traigo de vuelta. Como tengo que abrir a la tarde, le dejo de nuevo aquí, en el mismo sitio para que pueda reanudar su camino justo donde lo deja.

Salamanca está más cerca de Castellanos que Castellanos de Salamanca. Al menos, así se lo pareció al peregrino cuando deshizo en un instante lo que recorrió en una mañana. La ciudad le pareció vacía. La hora del almuerzo, el calor, la gente de veraneo, los comercios cerrados,... quizás la ausencia de Genaro. Pasaron por delante de la misma terraza donde se despidió del peregrino escaldado y sintió un trabucazo en el alma. "Seguiré aunque sea descalzo", se dijo.

- Paro en la farmacia un momento y bajamos un poco más para buscar ese calzado. Creo que sé quien pueda tener lo que necesita.

- Mira, mamá. La lámpara maravillosa sigue ahí.

El preguntón señalaba el escaparate de la zapatería.

                                                                   *        *        *








Dedicada a Julián, el niño preguntón de la lámpara maravillosa. Con cariño.



sábado, 22 de septiembre de 2012

GENARO

Un alto en el camino ¡Reflexión!
El camino que conduce de Salamanca a Castellanos puede llegar a ser molto longo si se intenta cubrir a la pata coja. ¡Y mira que es bonito!
                                                         *  *  *
El de Villanueva  del Trabuco no estaba dispuesto a reanudar la caminata. Había quedado para el arrastre antes de pisar Fuenterroble de Salvatierra y la idea de asaltar un autobús le rondó en el albergue al tiempo que escuchaba, sin oírlos, a los chicos de Blas. Embelesado, cerró sus oraciones entre dientes.
-Mañana estoy en Santiago.
Pero no cumplió su promesa. No pudo siquiera esperar a las primeras luces. Como cada amanecer, buscó los calcetines, los palpó y los notó aceptables para aguantar una jornada más. No se iba a rajar si su compañero no se rajaba.
-Genaro, ¿me ayudas a calzarme la bota?
-Por supuesto.
Genaro cogió la mochila y buscó los dos papelones de jamón de Guijuelo que aún sobrevivían a las calores, a las hormigas y a las moscas. Encontrarlos en el fondo del zurrón le ayudó seguramente a olvidarse del tentador autobús.
-¿Llevas agua?
-Una fresquita y tres congeladas.
-Nos harán falta.
-Pues ya estamos perdiendo el tiempo.
Abrazaron a todo el que estaba despierto y levantado y dieron las gracias a los voluntarios por la acogida.
-¡Ultreia!-gritó el del botiquín a las espaldas de los peregrinos.
La despedida del hospitalero acompasó la lentitud de sus pasos, resonando en el aire  hasta mediodía.
La primera de las botellas empezó a viajar de mano en mano hasta que se entregó por completo a los besos de los peregrinos. Julio a las once pide agua por un tubo.
-¡Reflexión!
El de El Trabuco aflojó las rodillas y cayó recostado sobre su mochila. Era un experto en echarse al suelo en un único tiempo. Como un camello abatido.
Las zarzas adornaban el cauce de un arroyo sequerón y Genaro interrumpió a su compañero cuando hacía acopio de unas moras que les sirvieran de entretenimiento durante el almuerzo. Abrió sobre la escasa hierba uno de los papelones de jamón y lanzó la invitación al banquete.
-No pierdas el tiempo en tonterías y reflexiona aquí conmigo. ¿Queda mucho para San Pedro de Rozados?
-Un huevo. Al paso que vamos, quizás dos.
-Pues vamos a reflexionarnos todo el jamón porque yo de Salamanca no paso sin montarme en un autobús.
Los fantasmas del diesel asaltaban a Genaro machaconamente.
-Lo de Rozados deben habérselo añadido a San Pedro por mí. Llevo los muslos ardiendo. ¿A que no conoces a nadie que se haya escaldado sentado en un autobús?
-No sé. Hay gente pa tó...pero no creo. Está bueno este jamoncete de Guijuelo.
-En cuanto se acabe, me subo al autobús y ya estoy en el Obradoiro.
Guardaron los restos en las mochilas y continuaron la marcha tras dar una miradita a la guía.
-Esta tarde también tenemos toros, Genaro.
-¡Ojú!
Un rato de camino para sestear ayudó poco a la digestión.
-Saca la primera de las congeladas, que el jamón ya está aquí.
Al cabo de dos horas tenían más sed que miedo. Los toros formaban parte del paisaje. Miraban a los extraños peregrinos caminando junto a la alambrada de espinos. Seguramente no se inmutaron porque no llegaban a creer que se atreviesen a cruzar por el interior de la dehesa de semejante guisa.Uno iba a la pata coja, con una bota en la mano; el otro, patizambo y arrastrando los pies.
-Como se arranque uno nos vamos a enterar, Genaro.
-Me da igual si me coge; así no ando más.
-Aprovecha y pídele agua o, al menos, que te diga donde está el pilón.
-Déjate de cachondeo y mira a ver si hay algún portillo. De aquí no salimos vivos.
Bordeando  la alambrada durante media hora que les pareció un siglo llegaron a una portela y la franquearon como si de un burladero de la Maestranza se tratara.
San Pedro tenía que estar ya cerca. El ladrido de unos perros y la musiquilla de unos aspersores tocando el xilófono sobre las hojas de un maizal delataban la proximidad de alguna sombra al otro lado del cerro que ascendían.
-Vamos, Genaro. Esta noche nos lavaremos en el Tormes.



Dedicada a Genaro, el peregrino más reflexivo.



lunes, 17 de septiembre de 2012

sábado, 8 de septiembre de 2012

LEO EN EL CHANZA

Leo en el nacimiento del río Chanza

Desde que llegó a Cortegana, Leo solo bebe agua de donde nace el Chanza; ya sabes, de la que brota antes de nutrir olivos, castaños y nogales. Leo es así de delicado.
Hoy hemos dado un rodeo en busca de su pilón favorito, el que mana por encima de los lavaderos que las damas cambiaron por una güestinjaus plagadita de programas.
-¿Te has cansado?
-Para nada. El camino que se recorre en buena compañía nunca cansa.
-Lo mismo digo, amigo. Además, menos mal que fue ella quien cayó.
-Menos mal.
-Si hubieses caído tú, o yo, aún nos estaría quitando briznas del culete.
-Supimos contener la risa, campeón.
-Yo me aparté un buen rato del sendero.¿Lo recuerdas?
-Sí. Cuando pasábamos junto a los castaños.
-Fui a echar unas risas.
-Supuse algo así. Yo me alivié cuando bebías agua.
-Me mosqueé. Pensé que te reías de mí.
-¿Por eso me mordiste cuando te quitaba el collar?
-¡Hummm!
-Mamón.




Dedicado a nuestra acompañante.

lunes, 6 de agosto de 2012

LA CAÑA DE HIGOS

Chipionero cogiendo higos

Manolo  escudriñó el suelo de la era y se agachó para coger el carozo de una de las mazorcas que habían desgranado a la sombra del moral. Detuvo la mirada sobre la que le pareció de mayor tamaño antes de trincarla de un manotazo, como si se la fuesen a quitar.
-Pelma, hoy vamos a coger higos melones. Hay que buscar una buena caña y un puñao de palmas. Vente conmigo.
Por falta de cañaverales no iba a quedar. Se fueron a una caña bien granada que el poni de acero tronchó de una certera patada. Tiró de ella hasta desmentirla para sacarla con zorrotroco y todo. Se le vinieron dos: la que pretendía y otra más delgadita.
A la sombra del cañaveral, las peló con su navaja preferida.
-Esta para ti, para que te entretengas.
Manolo regaló a su hermano una caña muy manejable, con un elegante zorrotroco que le daba cierto parecido a un palo de golf. Luego se centró en la caña grande y se dispuso a prepararla.
-Fíjate bien, Pelma.
Le cortó el zorrotroco de la base y cruzó dos hendiduras para abrir en cuatro el extremo de la caña por el que introdujo el carozo de maíz como si fuese un supositorio.
-Ve a la segunda torna y me traes las palmas que sobraron de amarrar las tomateras.
-¿Las que se cuelgan aquí?-Carmelo hizo como si colgase algo de una presilla delantera del pantalón.
-Sí, cojones; esas.


Higos melones

Manolo fue trenzando con las palmas hasta que dejó bien sujeta la mazorca en la garganta de la caña.
-Perfecto. ¿Dónde están esos higos?
Carmelo contestó "en el vallao" a pesar de haber cogido la intención de la pregunta.
-No destroces las tunas hasta que hayamos cogido los higos, que te veo venir. Y ten cuidado no te vaya a saltar una puya a la cara, que me matan.
A Carmelo se le iba haciendo la boca agua con la cañita en la mano.

sábado, 28 de julio de 2012

AN CAR CONDE

La Longuera, La Cruz del mar y Las Canteras
-¿Vienes?
-¿A dónde?
- A casa del conde, para que te pele y te monde y te ponga unas orejas de una burra vieja.
A Carmelo le venía a la cabeza el tema de las orejas de la burra vieja cada vez que cruzaba por delante de la casa del conde de Casares. Miraba de reojo hacia el interior de la casa y abría las fosas nasales para que le llegase el olor del cigarro puro que usaba el conde. Si no olía a puro, el conde no estaba.
-Entra, Manuel, que no está.
Manuel entraba confiado en el olfato de Carmelo y rebuscaba durante unos instantes por el destartalado jardín. El jardín del conde no era el Generalife ni Manuel tenía agallas para explorarlo a fondo.
-¿Están por ahí?
-Espera.
Carmelo tuvo a su amigo frente a frente antes de que terminase de decir "espera".
-Espera es un pueblo endeble. Eso dice mi madre que decía mi abuelo.
-Po entra tú.
-¡Yo qué voy a entrar! Yo soy el vigilante.
-Tú eres el cagueta.
-¿Cagueta, yo?¡Ahora verás!
Carmelo entró con más miedo que decisión y reconoció el jardín sin perder de vista la puerta.
El conde leía  el periódico sentado a la sombra de un pino flandes, pendiente del ir y venir de los chavales.
-¿Qué buscas?
A Carmelo se le heló la sangre y se le aplomaron las piernas. Miró a don Diego por primera vez en su vida y lo vio regordete, empotrado en una butaca de mimbre. La sangre volvió a circular al momento por sus ágiles piernas, como corre el agua por debajo de la nieve.
-Unas orejas de una burra vieja.
El conde creyó haber soñado el episodio cuando los niños desaparecieron de su vista.

martes, 17 de julio de 2012

DE BORRACHERA

Cangrejo moro

Antonio no sabía qué hacer para dejar a Carmelo entretenido mientras aprovechaba la bajamar. Era un buen aguaje de chocos y había llevado a su prole de marea. El Pelma iba de pegote.
-Mira ese cangrejo moro, el que tiene las bocas abiertas. Cógelo y lo emborrachas mientras nosotros entramos a pinchar unos chocos.
Carmelo era ya un experto emborrachando cangrejos zapateros y coñetas; pero nunca lo había intentado con un moro de aquella envergadura. Le buscó la espalda y lo sacó del agua.
Los cangrejos moros se estiran y abren las pinzas como los miuras embalsamados o como si fuesen de plástico duro.
-Muy bien. Ahí te quedas. Si tienes algún problema, me llamas.
-Vale, papá. Lo voy a dejar borracho perdío.
Le sujetó las pinzas viendo cómo su padre daba alcance a los hermanos mayores un poco antes de perderse en la oscuridad. La playa parecía estar llena de luciérnagas.
Carmelo encajó los labios en la boca del cangrejo, tal y como le había enseñado su hermano Manolo; miró el ir y venir de las candilejas de carburo entre pasada y pasada de la ráfaga del faro y se relajó en exceso admirando la triple luz que le pareció un helicóptero.
El cangrejo aprovechó la laxitud del emborrachador de cangrejos y se agarró con la boca grande al labio superior del chiquillo. Un moro, por muy pequeño que sea, se agarra como un pitbull quizás con la idea de no caer al vacío.
El niño sintió el pellizco como si se hubiese pillado el labio en una cancela y soltó la boca pequeña con la intención de desprender, a dos manos, la boca grande del cangrejo que le machacaba el labio.
Al crustáceo le faltó el tiempo para trincar el dedo pulgar de una mano de Carmelo, logrando hacerle una llave de lucha libre que solo le permitía gritar y correr.
Carmelo metió la cara en el agua para que el moro sintiera la atracción de la libertad. Detrás de la cara iba el resto del niño, con el pulgar como avanzadilla. Mantuvo la respiración bajo el agua  todo lo que pudo. Deseó que el moro estuviese viendo, oliendo o adivinando que su casa estaba cerca; pero no.
El moro no se atrevía a soltar su presa y el pequeño de los Pastorino saltó del charco ayudado por el impulso de sus ágiles piernas y del turboalarido que trajo a su padre a la orilla montado en la luz blanca de la candileja.
Antonio alumbró la cara de Carmelo sin tener my claro cómo tenía que reaccionar ante el espectáculo insólito que obsevaban sus expertos ojos. Su hijo tiraba del cangrejo para que le soltase el labio y lo acercaba para aliviarse el dolor que los tirones añadían al pellizco del moro.
Era evidente que el moro aún no estaba borracho.
Llegaron Manolo y Lucas, guiados más por los gritos que por la luz del candil y añadieron más luz a la escena, con algunas risas que Antonio cortó de cuajo.
Manolo cogió la mano de su hermano, la que acercaba y alejaba como si tuviese un elástico mordido; acercó la boca al moro y masticó violentamente el cuerpo que mantenía unidos los dos alicates que atenazaban al niño. Escupió el caparazón sobre la arena y se alegró tanto como Carmelo de ver la mano libre de la boca y la boca alejándose de la mano.
El pequeño soportó durante unos minutos sus dos primeros pearcings y las risas de los de siempre.
-Papá, me duele la cabeza y estoy mareao.
-¡A ver si te has emborrachao tú en vez de emborrachar al cangrejo!

Carmelo se cargó una buena marea de chocos y sirvió de cachondeo durante una buena temporada.



domingo, 5 de febrero de 2012

LAS GAFAS DEL PEQUEÑO LEÓN

Rambo

Un domingo no muy lejano, en la espesura de un hermoso bosque de pinos piñoneros, Rambo perdió sus gafas de leer.

Desde entonces no es el mismo. Restriega  los ojos contra sus mangas y amasa legañas como croquetas que reparte por doquier.  Está triste detrás de sus enrojecidos ojos colgones.
Lo sé.

-¿Qué te pasa, Rambo? ¿Por qué no juegas un rato con los niños?

Él se acerca cabizbajo, dando tumbos, como un esquiador aburrido.

-¿Tienes hambre?¿Tienes frío ?

Ni contesta ni me mira.
Suelta  un profundo suspiro
y alza las manos a mi regazo
para que lo abrace un ratito.

Los niños juegan afuera y lo llaman dando voces. Él no se inmuta.

-Rambo, ¿quieres leer a ver si te animas un poco?
-No veo bien sin gafas. No me apetece leer porque no comprendo nada.
-¿Por eso estás tan triste?
Rambo traga saliva y casi se ahoga. Creo que he adivinado el motivo de su tristeza .
-¿Ya no me dirás más "Mi  León"?
-¡Claro que sí, Rambo! ¡Vamos a buscar tus gafas de leer! Siempre serás mi pequeño León.
-¿Aunque ladre de vez en cuando?
-Bueno...sí.

sábado, 28 de enero de 2012

lunes, 2 de enero de 2012

MI CASUARINA

Mi casuarina se apaña lo mismo para un roto que para un descosido.
Adora ponerse al sol con las ramas abiertas hasta que se traga el último rayito de luz. Nadie como ella acierta a filtrar las últimas luces del día haciéndolas rebotar entre sus dedos de aguja.
Nadie como ella salta de la Navidad a la primavera pasando tan desapercibida.
Ayer sus ramas paqueteras jugaban con los mirlos a desatar lazos rojos y tiras de bombillitas horteras. Hoy respira con profundidad, libre de jarambeles. Tiene las orejas bien abiertas y las ramas tendidas desde que oyó los trinos del primer jilguero.
Muestra generosamente el sobaquillo de sus ramas para encandilar a alguna parejita dispuesta a criar una próxima nidada.
Una collerita recién avenida se anda tomando de dichos en una de sus ramitas altas. Ella los invita a construir su hogar frotando los dedos con un palilleo agudo y lánguido, chasquiditos con los que parece indicar a los nuevos tortolitos el lugar exacto para la construcción del nido:
- ¡Aquí. aquí, aquí...!
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