viernes, 30 de agosto de 2013

LA PUNTA DEL CORRAL


La punta del espigón del muelle era un lugar que fascinaba a los pescadores de caña y a los de tiraíllo. Carmelo los observaba mientras comía lapas crudas. Una mojarrilla al extremo del anzuelo o una simple picada eran celebrados por los pescadores noveles como si les hubiese tocado un gran premio en una tómbola. Cuando alguien lograba sacar un sapo roncador de entre las piedras, la fiesta se convertía en tragedia. El alboroto y el griterío parecía preceder a la aparición de Godzila entre los bloques de hormigón.

- ¡Un monstruo! ¡Mamá, he casado un monstruo!

Carmelo bajó de su atalaya y ayudó a despercarlo. Sabía que sería suyo.

- Es un zapo roncaó.

-¡Qué asco! ¿Y eso se come?¿Pica?- Preguntó la madre del aventurero.

Carmelo no le mintió cuando le advirtió de la peligrosidad que suponía pincharse con las aletas.

- Javi, tíralo al mar, miarma.

-¡Qué va, señora! Yo los cojo para echárselos al gato.

- Cógelo para tí, chaval.

Dicho y hecho.

Carmelo metió el dedo en la boca de Godzila y emprendió un trote cochinero que le llevaría hasta la cocina de su casa. Dos quilos y medio de sapo no se cogen así como así en la punta del corral.




domingo, 4 de agosto de 2013

CABALLO GANADOR

Llegada a meta. Las Piletas.

Carmelo llegó al Tiro Pichón resoplando. Las tardes de levante le ponían de mal humor y había salido de su casa con todo el peso de la calor. Sabía que a primeros de junio podía ser tarde  para catar las primeras brevas. Así que se puso en camino sin avisar a nadie, con el último bocado rondándole las mellas.

Carrera de caballos en Sanlúcar.

Con el viento a su espalda se ahorró el engorro de tener que expulsar los chinitos de los ojos; pero estuvo a punto de caer de bruces en la cuneta un par de veces. Sintió cierto alivio al cruzar el eucaliptal de La Pachá; en parte porque se sabía a mitad de camino y; en parte, porque amainaba el viento.
- Abuelo, vengo a hincharme de brevas.-resopló sinceramente.
Carmelo se dejaba caer de esa manera cuando hablaba con sus abuelos.
- ¿Y no eres capaz de esperar un ratito a que se aplaque la calor?
- Un poquito sí. Pero no mucho.
- Siéntate un poco y descansa.
Carmelo obedeció y se sentó en una silla de tijeras, de las de los velatorios. Estuvo mirando los cuadritos que sus tías habían clavado en las paredes para decorar la estancia.
- Abuelo, ¿quiénes son esos que están con el caballo?
- Tu padre y tu tío Manolo. Ese era un caballo de carreras.
Carmelo iba a echar los ojos afuera como si fueran dos chinitos que el levante hubiera escondido en sus cuévanos.
- ¿Y estos dos, quiénes son?
- Tu padre y su primo, El Bizco. El caballo es el mismo de la foto de al lado. Ese día lo llevaron a correr a Sanlúcar.
Carmelo se veía galopando a lomos del corcel.
- ¿Dónde está el caballo, abuelo?
- Lo vendimos. Esos caballos son muy delicados y no valen para el trabajo.
El perro se echó a su vera y apoyó la cabeza en la cruceta de la silla para mantener en alto el hocico. Le gustaban las tertulias y estaba intuyendo que la conversación sería interesante. Y lo fue.
El abuelo entretuvo al nieto contándole detalles del cuido que precisa un caballo de carreras y de lo poco rentable que resulta ser dueño de uno de ellos.
Carmelo miraba las fotos que tenía enfrente.
- Pues a mí me gusta ese, abuelo.
- ¿Más que las brevas?
- ¡Quizás no!
- Vale. Coge la canasta y tráete unas pocas; pero no las cojas hinchonas.
El abuelo siguió riendo cuando Carmelo ya palpaba las primeras lámparas de la temporada.





Dedicado a mi hermano Lucas, quien me enseñó a decir "breva con la boca cerrá" y a esperar a que estuviesen maduras para que no me doliesen los labios.

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