jueves, 11 de julio de 2013

LA CASAPUERTA


Los cantos de triquitraque soltaban chispas sobre los bordillos de la acera. Las llantas de los coches de caballos golpeaban las juntas de dilatación de la Calle de Cemento cortando el  ritmo alegrón de los collares de cascabeles. Las salamanquesas no disponían de mucho tiempo para entretenerse en músicas celestiales ni en estridencias callejeras. Las mosquitos y las hormigas aludas se paseaban de farolillo en farolillo como si lo hicieran por el real de la feria. Pupilos y vecinos sacaban sillas de anea para sentarse al fresquito y hablar de vientos, temperaturas y gentío playero.
-Hoy ha hecho bastante más calor que ayer.
-El levante es mortal.
-¡Menos mal que por la noche refresca!
-Pero te pone la cabeza fatal.
-En Sevilla había esta tarde más de cuarenta a la sombra.
-Niño, tráete el búcaro.
-¡Qué pestazo a cagajones!
-Niño, no tires más la piedra que se asustan los caballos y la vamos a liar!
-¿Hay agua fresquita?
La piedra rebotaba de bordillo a bordillo para cruzarse entre las patas de los caballos unas veces o por en medio de los radios de las ruedas de los carros, otras. A veces, el canto rodado golpeaba sobre algún radio al tiempo que los aros de hierro lo hacían sobre una junta de dilatación y el estruendo ponía de los nervios tanto a la concurrencia como a caballos, cochero y pasaje.
-Hoy estaba la playa que no cabía un alma.
-Pues verás el sábado y el domingo.
-Niño, suelta la piedra y ve a por el búcaro.
Carmelo metió la piedra, aún caliente, en uno de sus bolsillos y entró hasta el corral para coger el botijo de debajo de la parra. Le dio un chupetón largo antes de sacarlo a la calle. Oyó que arreciaba el cascabeleo resonando en la casapuerta y comprendió que su padre había vuelto a quitarlo de la acera porque estaban a punto de pasar dos naterros.
-¡Cagonlamá!
La salamanquesa se zampó una espléndida aluda rubia casi en el alféizar antes de que agosto comenzase a refrescar.
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