domingo, 4 de agosto de 2013

CABALLO GANADOR

Llegada a meta. Las Piletas.

Carmelo llegó al Tiro Pichón resoplando. Las tardes de levante le ponían de mal humor y había salido de su casa con todo el peso de la calor. Sabía que a primeros de junio podía ser tarde  para catar las primeras brevas. Así que se puso en camino sin avisar a nadie, con el último bocado rondándole las mellas.

Carrera de caballos en Sanlúcar.

Con el viento a su espalda se ahorró el engorro de tener que expulsar los chinitos de los ojos; pero estuvo a punto de caer de bruces en la cuneta un par de veces. Sintió cierto alivio al cruzar el eucaliptal de La Pachá; en parte porque se sabía a mitad de camino y; en parte, porque amainaba el viento.
- Abuelo, vengo a hincharme de brevas.-resopló sinceramente.
Carmelo se dejaba caer de esa manera cuando hablaba con sus abuelos.
- ¿Y no eres capaz de esperar un ratito a que se aplaque la calor?
- Un poquito sí. Pero no mucho.
- Siéntate un poco y descansa.
Carmelo obedeció y se sentó en una silla de tijeras, de las de los velatorios. Estuvo mirando los cuadritos que sus tías habían clavado en las paredes para decorar la estancia.
- Abuelo, ¿quiénes son esos que están con el caballo?
- Tu padre y tu tío Manolo. Ese era un caballo de carreras.
Carmelo iba a echar los ojos afuera como si fueran dos chinitos que el levante hubiera escondido en sus cuévanos.
- ¿Y estos dos, quiénes son?
- Tu padre y su primo, El Bizco. El caballo es el mismo de la foto de al lado. Ese día lo llevaron a correr a Sanlúcar.
Carmelo se veía galopando a lomos del corcel.
- ¿Dónde está el caballo, abuelo?
- Lo vendimos. Esos caballos son muy delicados y no valen para el trabajo.
El perro se echó a su vera y apoyó la cabeza en la cruceta de la silla para mantener en alto el hocico. Le gustaban las tertulias y estaba intuyendo que la conversación sería interesante. Y lo fue.
El abuelo entretuvo al nieto contándole detalles del cuido que precisa un caballo de carreras y de lo poco rentable que resulta ser dueño de uno de ellos.
Carmelo miraba las fotos que tenía enfrente.
- Pues a mí me gusta ese, abuelo.
- ¿Más que las brevas?
- ¡Quizás no!
- Vale. Coge la canasta y tráete unas pocas; pero no las cojas hinchonas.
El abuelo siguió riendo cuando Carmelo ya palpaba las primeras lámparas de la temporada.





Dedicado a mi hermano Lucas, quien me enseñó a decir "breva con la boca cerrá" y a esperar a que estuviesen maduras para que no me doliesen los labios.

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