El olor a café se hizo intenso cuando chorreó desde el pitorro hasta el carbón ceniciento. La cafetera hizo un ruido efervescente y soltó una pequeña humareda. Era el aviso para que lo apartaran.
- La manteca blanca se ha acabado. Aparta el café, gorrión, coge la alcuza y el azucarero.
- Azúcar no quiero, tita.
- ¿Con lo que te gusta?
- Con el aceite, no.
- Como quieras. Trae ese medio cundi y ve quitándole el moño.
En el tejado se movieron unas tejas mientras Carmelo daba cuenta de la merienda. Saltó de la silla y salió de la cocina como un rehilete.
- Las abubillas, tita.
- Déjalas ahí y siéntate a comer tranquilo, que estás como un cangallo.
Las miró durante unos instantes sin hacer caso a su tía.
- Ya voy, tita. Espera a que levante el jopito. Sólo un ratito…
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