sábado, 16 de octubre de 2010

SALTA LA MURALLA



Segundo se lanzó el primero ante el asombro de todos. Lo hizo con un salto carpado, evitando la verticalidad al entrar, pues aún se distinguía con claridad la roca grande que servía de referencia para calcular la profundidad del agua bajo la muralla.
-¡ Qué barrigazo ¡- criticó uno de sus detractores.
-¡ Vaya tela el pansaso* que se ha metío el nota ese ¡- añadió uno de los mirones.
El agua se tiñó de amarillo  casi al instante, como ocurría siempre que algún saltador tocaba fondo. El silencio  inundó toda la explanada del faro. No se oía ni el oleaje. Segundo no salía.
Carmelo estaba sentado sobre la muralla, balanceando  las piernas  hacia el mar, como los siete u ocho chavales que esperaban la crecida de la marea para saltar. No se atrevió a tirarse de pie y nunca había bajado trepando por la muralla. Sabía que tenía que bajar cuanto antes para sacar a Segundo del agua. Así que corrió hacia levante  para bajar por el rincón donde termina la muralla. Sintió que el aire se espesaba delante de su cara impidiéndole correr a toa*. Bajó como un rejilete* y se lanzó al agua desde la última piedra. Aunque tenía pie, deshizo a nado el camino que había recorrido por encima de la muralla. Llegó sin aliento al punto donde impactó Segundo y tocó fondo con los pies.


Óleo de Eduardo Pérez
Todos gritaban y reían desde arriba. Carmelo no comprendía el motivo de las risas. Miró a su izquierda y vio a Guillermo nadando hasta donde él había llegado. Comprendió que ambos habían hecho lo mismo. Guillermo se puso de pie,  miró  primero hacia el griterío y luego pa dentro *.
-¡ Míralo dónde está !- dijo Guillermo señalando a un Segundo que agitaba los brazos como quienes esperan que un helicóptero acuda a su rescate.
-¡ Qué recalá* ! ¡ Primo !- exclamó Carmelo.
Nadaron con tranquilidad hasta el final de la laja, donde  les esperaba flotando El Gundo.
-Kiyo. Nos hemos tirado a por ti porque no salías.- le dijo Carmelo con la cara blanca.
-Has sacado un montón de tierra y nos hemos tirado porque creíamos que te habías matado.
-Me he lastimado una mano. Yo hoy no me tiro más.
-Ni yo.-dijo Guillermo.
-¿Ámono?-propuso Carmelo con la mente puesta en el zafarrancho que se estaría montando sobre El Muellecito.
-Amo.- dijeron los dos haciendo una inclinación lateral de cabezas con la que señalaban el campanario de la parroquia.
Segundo y Guillermo nadaron hasta la punta de Las Canteras y Carmelo se dirigió a la muralla del faro. Subió trepando para coger las tres camisetas y tuvo que contestar a las preguntas que le hacían desde arriba mientras buscaba las grietas para meter los dedos y los salientes para apoyar los pies. En nada estuvo arriba.
-El Gundo se ha lastimado la muñeca. Nos vamos para El Muellecito. ¿Quién se viene?
Todos se quedaron esperando la pleamar.
(A la memoria de mi  primo Gundo, a quien Dios tenga en su Gloria)

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