martes, 22 de febrero de 2011

PALOMITAS ROJAS

Ensaladera de palomitas rojas y panera.


Las altas parras riparias dibujaban en la pared manchas grises que el aire movía sobre el deslumbrante blanco de la cal. Los zarcillos se agarraban a los barrotes de las rejas y a los alambres del sombrajo como rabos de camaleones. Las hojas de la riparia dejaban generosos claros entre las cada vez más pardas hojas. Octubre se despedía con un sol caprichoso y juguetón que parecía disfrutar apareciendo y desapareciendo entre las descaradas calvas del elevado parral. Noviembre casi conseguía meterse por los claros para hacer diabluras en la pared con guiños y catalías: grises, blancos, blancos sobre blancos... No paraban de caer hojas de oro sobre el azul del mantel y Regla no apartaba la mirada de los ojos de su nieto. Conce jugaba a los cromos con sus dos primitas Mari: María Regla y María de los Ángeles; es decir, Mari y Mari.
Cirendisco, el perro tranquilo, ni se dio cuenta de que el gato jugaba con su rabo.
Carmelo, de pie, apoyaba los codos sobre la mesa vestida de azul y miraba embelesado el jugueteo del sol sobre la pared de la terraza del Tiro Pichón. Los cromos eran cosas de niñas y él se estaba aficionando a las catalías, que eran como el cine, pero de día. Así que tenía claro hacia donde tenía que mirar. Las avispas, moscas, salamanquesas y demás actores improvisaban ante sus ojos un espectáculo poco exigente. Su prima Conce controlaba la partida y le acariciaba los rizos cuando no le tocaba golpear cromos.La tarde avanzaba al galope y Regla no le quitaba ojo al gorrión. A Carmelo le encantaba encontrarse con los ojos de su abuela cada vez que apartaba la mirada de la pantalla.
Imagen de Internet

-Salvador, hijo, apaga ese cigarro y no fumes tanto.
Salvador cruzaba la terraza encendiendo un cigarrillo con la colilla de otro. Tosió como respuesta. Se detuvo un instante para seguir en la pared la película de Carmelo; pero no debió gustarle. Tiró la colilla junto al zaguán, la pisó retorciendo el pie sobre ella, como si pisase la cabeza de una serpiente, y se adentró en la casa con la cabeza inclinada hacia un lado. Carmelo sonrió y lo metió en su película.
-¿Quieres una granada, gorrión?
-No me gustan, abuela.
-¿Que no te gustan?¡Con lo que te gusta el dulce!
El perro seguía en su rincón.
Mari le dijo a la abuela que a Carmelo no le gustaban las granadas porque se había querido comer una a mordiscos.



Un auténtico cofre repleto de jugosos rubíes
-Anda, gorrión, ven conmigo que vamos a coger unas pocas de las buenas y te voy a enseñar a pelarlas bien. Verás como te gustan.
Carmelo agarró la mano de su abuela y se dejó llevar hasta los granados que compartían el bancal con ciruelos y perales, antes de llegar a la acequia de ladrillos de gafas que separaba la arboledilla de la casa.
-¿Me subo, abuela? Ya sé trepar.
-No hace falta, hijo. Mira estas tres de aquí abajo. Éstas son las mejores. Dale vueltecitas hasta que se rompa el rabillo y se te quede en la mano.Ten cuidado no te vayas a pinchar con las ramas, que los granados pinchan mucho.
-Ya lo sé, abuela.
Carmelo salió del bancal con una granada en cada mano.Mantuvo el equilibrio sobre el bordillo blanqueado, dando la espalda al parterre de los rosales, y levantó los brazos en señal de victoria. Su abuela reía enfundada en una bata estampada en blanco y negro.Traía otras dos orondas granadas que limpió sobre el alivio de luto antes de levantarlas como su nieto.
-Mari, trae la ensaladera y el cuchillo.
Las dos primas volaron a la cocina mientras Conce despejaba la mesa de cromos y quitaba el mantel para dejarlo bien doblado sobre una de las butacas de mimbre.
El gato abandonó la butaca sin saber muy bien qué rumbo tomar. El perro, erre que erre.
-Muy bien, quítalo para que no se manche.



Granada tomando el sol
Regla fue fragmentando cada una de las granadas en cuartro trozos. Primero les cortaba los polos y luego hendía el cuchillo en dos meridianos de libro. Presionaba por los polos y sacaba cuatro gajos que echaba en la ensaladera. Carmelo observaba atentamente sus pequeños y habilidosos dedos.
-Toma, Mari, ve limpiando tú este trozo; y tú éste, Mari. Toma Conce; éste, tú.
Las perlitas granates se desgranaban con la suave presión que ejercían los dedos de las niñas sobre los panales de granos.
Cirendisco movió una oreja.
Rosario se asomó a la terraza para acercar un esportón de esparto.
-Echad las cáscaras aquí, para los cochinos. Mamá, ¿traigo el azucarero y unas cucharitas?
-Sí, hija, tráelas.¿Y los niños?
-En el hoyo, con los tiraores. Déjalos allí que ya han merendao. El Manolito le ha matao dos palomos a José María. Y el Esaulito le está tirando a las gallinas.¿Les digo que vengan?
Regla reía encogiendo los ojos.
-¡Ni se te ocurra!
A Carmelo se le iluminó la cara cuando oyó la palabra azucarero.
-Mira, gorrión.¿Ves estas cositas blancas? ¿Estos pellejitos?Pues eso no se come porque amargujea. Los granitos rojos sí se comen. Todo lo demás hay que tirarlo. Toma. Cómete estos granitos.
Las niñas comían más que reían y Regla les llamó la atención.
-Echad algo en la ensaladera, hijas.
A Carmelo le gustaron los granos rojos que probó mientras su tía Rosario apoyaba el azucarero sobre la mesa.
La tarde volaba como las hojas de la parra.




Palomitas rojas

Regla regó la ensaladera espolvoreándola de azúcar y la removió con su cuchara.
-¡Ea!¡Ya está!¡A comer!

El pequeño gorrión se puso como el Quico de palomitas rojas y buscó la falda de su abuela para acurrucarse mientras disfrutaba, relamiéndose, de los últimos fotogramas sobre la pared.
 Carmelo se quedó frito y el perro no se coscó.








Entrada dedicada a todas las abuelas en general y a mi abuela Regla, en particular.

jueves, 17 de febrero de 2011

CAMBIO DE PLANES

La Laguna de Regla. Foto de Toni

Isidro observaba desde la portada de la finca de Algarín el saco que llevaba Lucas. Esperó a tenerlo cerca para decirle que se veía a todas luces que transportaba una red, por mucho que lo quisiera disimular.
-Te la van a quitar los civiles antes de que la abras.
Lucas detuvo la marcha para facilitar el reagrupamiento de la hermandad.
-No me la quitan.
-Yo no estaría tan seguro. Están al líquin.-dijo bajándose uno de los párpados con el dedo índice.
Manolo llegó a la altura de Isidro y le devolvió el mismo gesto, a modo de saludo, sin detener su paso vivo.
-Nosotros también, Isidro.
El Algarín sonrió abiertamente ante el desparpajo del mayor de los pastorinitos. Escrutó a la cuadrilla y preguntó sorprendido.
-¿Y los reclamos?
-Quillo, Lucas, arranca que vamos tarde.-dijo Manolo.
Luego, contestó a Isidro, señalando hacia La Laguna de Regla entre carcajadas.
-Nos están esperando en el tollo.
Isidro se contagió de la carcajada del jefe de cacería.
-Reclamos no sé si encontarás; pero lo que es agua en el "tollo", te vas a hartar.
La Laguna tenía casi medio millón de metros cuadrados, de los que aproximadamente un tercio se encontraban inundados en aquella ocasión. Carmelo ya la conocía. La había pateado la primavera anterior, bordeándola por el cinturón de dunas de la costa para salir por detrás de Mariño. Luego, entre los juncos había evitado la orilla pantanosa hasta ganar trabajosamente el emboque de la arenosa Hijuela de los Carneros. Recordaba perfectamente lo agotador del paseo realizado de la mano de su padre. También grabó en su retina y en su corazón la imagen de los flamencos reflejados en el agua; las abundantes y variadas aves acuáticas; las vacas de los argarines y de los vardeles pastando dentro y fuera del agua; los jilgueros, chamarices, jamaces, gorriones, gorriones, gorriones, milanos, moscas, mosquitos, mosquitos, perdices...
Pronto terminó el camino que desembocaba en La Laguna. Varias bandadas de patos volaron en busca de aguas más profundas, con menos peligro para su integridad. Las aves menudas silenciaron sus charlas de sobremesa y tensaron los tendones por si había que poner distancia entre los varales y su plumaje.


Flamenco. Foto de Internet.
A Carmelo no le impresionó tanto como la primera vez que la vio. No había flamencos rosados donde mismo los descubrió con su padre sino unos pájaros negros muy grandes.
-Mira, Lucas, flamencos negros.
-Son alcaravanes, Pelma. Flamencos no hay hoy.Y flamencos negros no los hay nunca.
-Ni los habrá nunca.-añadió el mayor.
Manolo aviseró la mano para mirar hacia las dunas aunque tenía el sol a la espalda.
-Allí está el Peorro con los reclamos.
Se puso muy serio y añadió:
-¡Los civiles! ¡Están allí también!
Improvisó un nuevo plan en un santiamén.
-Lucas, llévate la red y me esperas en el campo de Meca. La escondes entre las cañas y nos esperas allí. Yo me voy con el Peorro y ya llegaremos.
-¿Y el Pelma?
-El Pelma que se vaya contigo, que la va a cagar con los civiles. Vete ya y no corras.
Manolo bordeó la orilla de La Laguna por la derecha y Lucas se llevó a Carmelo por la izquierda.
Los gorriones levantaban el vuelo a medida que los niños avanzaban para posarse varios metros por delante. Lucas caminaba mirando más hacia Mariño que hacia Meca.
Carmelo sonreía cada vez que su hermano metía un pie en algún charquito de los que forman las pezuñas de las vacas viejas.
-Como te rías otra vez te vas a enterar.
-Yo no me he reido.
-¡Ni que yo te vea!
La Laguna de Regla. Foto de Toni.

Las imágenes de La Laguna de Regla son gentileza de Agustín Sánchez Lorenzo, Toni. Su blog es El Corral del Trapito, auténtico manjar de salsa chipionera.
http://corraldeltrapito.blogspot.com/

viernes, 11 de febrero de 2011

OPERACIÓN PELLAS DE OTOÑO


No habían transcurrido dos meses desde el primer día de clase en el nuevo colegio cuando Manolo decidió pasar de largo por delante de la puerta y seguir con paso animado hacia la hijuela de Los Carneros. Lucas se le había adelantado para vigilar la entrada del colegio y poder así dar el aviso.
Manolo pasó una mano por la espalda de Carmelo para obligarle a acelerar el paso.
-Pelma, cállate y vente con nosotros.
Carmelo no entendió nada y se vio forzado a dar un trote cochinero hasta las primeras tunas, ya en los dominios de José María, El Valenciano. Desde allí, Lucas y Manolo miraron hacia atrás para asegurarse de no haber sido descubiertos. Y suspiraron profundamente. Carmelo los imitó y le extrañó que se hubiesen cansado tras una carrera tan corta.
Lucas cogió la maleta de su hermano pequeño y le dijo que iban a hacer rabona.
-¿Y eso qué es?
-Eso quiere decir que hoy no vamos al colegio.-dijo Lucas.
-Porque estamos resfriados.-añadió Manolo.
-Yo no estoy resfriao. A papá se lo digo.
Lucas y Manolo habían imaginado una reacción parecida. Por eso habían decidido no informar de nada a Carmelo. Lo llevarían consigo aunque les estropease la cacería.
Manolo arrancó una caña y se la ofreció al pequeño gorrión para que se entretuviese pinchando tunas mientras le daba la información justa sobre la Operación Pellas.
-Pelmacillo, hoy vamos a estrenar la red de hilo de Puy en La Laguna. Lucas quiere dar el primer jalón porque la red la ha hecho él y yo le digo que lo voy a dar yo, que para eso la red es mía. Como no nos ponemos de acuerdo, hemos decidido que ni para mí ni para él.¡ El primer jalón lo das tú!
-Y cuando pase lista el cura, ¿qué hacemos?
-Ná, Pelma. Hoy es sábado y por la tarde no vamos.El lunes le decimos que estábamos resfriaos y ya está. -aclaró Lucas.
Carmelo empezó a cogerle gustito al lanceo de tunas mientras Manolo le iba soltando información al tiempo que se aseguraba la complicidad del pinchatunas.
-Cuando lleguemos a casa haces como si vinieras del colegio. Como todos los días. Comes y te callas. O no te dejo limpiar la jaula del jilguero. Yo te hago una hoja de cuentas y tú haces la caligrafía.
Lucas sabía que tarde o temprano el gorrión pediría alpiste y empezó a encandilar al lanceador de tunas.
-O de los jilgueros, Pelma. A lo mejor cogemos un bando enterito. Por lo menos uno va a ser tuyo.
Carmelo dejó de dar cañazos y dijo lo que estaba pensando.
-Mentira.¿Dónde está la red?¿Y los reclamos?¿Y los varales? Me estáis engañando. A papá se lo digo.¡Liones!
Manolo aceleró el paso y Lucas hizo lo mismo.
-La red está escondida en la viña de "atrás" (Tras) de Regla. La escondimos ayer. Y los reclamos los lleva El Peorro, que nos está esperando en La Laguna desde hace un rato. So pelmazo.¡Chivato!
-¡Mentira, lión!Yo me vuelvo al colegio.
Manolo le tiró la artillería pesada desde lejos antes de tener que abortar la operación.
-Como no vengas aquí corriendo vas a coger un resfriao; pero ¡rodando!
Carmelo vio cómo su hermano mayor deshacía el camino levantando una polvareda de arena roja.Tiró la caña sobre los higos de sangre e inició un tímido trote de gorrión derrotado.
-Vale, vale. Voy, voy.
-Te he dicho que tenemos la red en el campo y es verdad. Corre.
 

Los cañaverales a lado y lado del camino, más tupidos en la curva, pronto dejaron ver la alambrada de espinos y el portillo de enganche. Lucas llegó el primero, desenganchó la presilla de alambre del poste y levantó la portela para zafarla de abajo. Se adentró en la viña y fue directo hacia una de las cepas de moscatel más tupidas. Hurgó con decisión entre los sarmientos, que ya dejaban soltar sus hojas casi sin oponer resistencia, y sacó el saco con el tesoro que durante tantas jornadas habían preparado.
Manolo dio un nuevo aliento a Carmelo mientras dejaba la portela como estaba, sin quitar la mirada del cielo.
- ¡Un bando de chamarices! Ya mismo vas a estar jalando, Pelmacillo.


miércoles, 2 de febrero de 2011

ACEITUNAS EN EL TIRO PICHÓN


Maruja reía con los ojos casi cerrados, apoyando su melena rubia en uno de los sacos de pienso sobre los que estaba sentada. No sabía lo que hacer con las piernas y las cruzaba, las levantaba, las apretaba contra los sacos de papel. Había enviado a sus sobrinos a coger los huevos al gallinero solo para picar a su hermano José María.
La mañana radiante abriá la puerta a una tarde de tormentas en aquella última semana de mayo. Maruja mordisqueaba las primeras peritas de la temporada, manchándolas con sus labios de muchachita que ella misma había pintado con moras.
-José Manuel, coge los huevos y deja de dar patadas a los conejos, que se va a enfadar el tito José María.
Lo decía a voces para que llegase a los oídos de su hermano.
-Ha sido Carmelo.
Carmelo no comprendió muy bien la acusación, pues ni él ni su primo habían coceado conejo alguno.
-¡Chiquillo, deja tranquila a esa coneja! ¡Que está preñá!¿No ves que la vas a matar?-gritó Maruja con la cara vuelta hacia el distribuidor de la casa.
José María no oía nada porque estaba demasiado ocupado en la rosaleda de la parte delantera de la casa. La lluvia daba una tregua y aprovechaba para recortar algunos brotes marchitos, al tiempo que preparaba un gran haz de rosas para renovar los jarrones del salón. Los balonazos de sus sobrinos eran más dañinos que los pulgones, aunque los rosales se habían sabido defender mejor de la pelota que de los mamones de los pulgones.
En el gallinero se formó la de San Quintín pues Maruja seguía gritando y dando ideas a los recolectores de huevos. Hasta que a uno de sus sobrinos se le descarriló una patada sobre el pecho del gallo dominante.

Rosario dejó la cocina y se acercó hasta el gallinero. Abrió la puerta de tela metálica e invitó a los dos cromos a salir con las manos llenas de huevos. Sonreía enérgicamente, más socarrona que severa.
-Ya estais llevando esos huevos a la cocina.
José Manuel estaba disfrutando con el estrépito de plumas y cacareos que se formaba cada vez que Carmelo pillaba de bolea al gallo.
-Tita, quedan más.
-Llévalos y ahora vienes a coger el resto.¿No ves que no te caben en las manos? Y tú, Carmelo, deja al pollo tranquilo, que le vas a quitar la ilusión por vivir.
-Ya voy, tita. Me ha picao.
-Deja de darle patadas, hombre. Dáselas a la pelota.
-Se ha pinchao en los rosales.
Maruja dejó su trono de sacos justo cuando vio a su padre acercándose por la viña y corrió hacia el gallinero para limpiarlo de huevos. Elevó la voz y avisó a todos los de la casa.
-Ahí viene papá.
El abuelo entró casi empapado, seguido de sus hijos Antonio y Manolo. Se limpiaron las pergañas en el escalón de la entrada y se sacudieron el agua agitando los cuerpos, como los perros cuando salen del agua.
Manuel explicó que una higuera se había venido abajo.
-Nos ha pillado el chaparrón en la Alcancía. Nos metimos debajo de una higuera y cuando dejó de llover, nos vinimos. Justo entonces, se rajó la higuera y se ha abierto en dos.
Los nietos se tragaron la historia y sus hijas no.
-Es verdad. Por poco no nos cae encima.-dijo Antonio.
Las mujeres no tragaban.
Manolo lo corroboró remedando el crujido de la higuera al resquebrajarse como si lo trajera grabado en un magnetófono.
-¡Rrrrrrjjjjjjjjjjjcreeeeeejjjjjjjjjjjjjjjjcreeeeeeeeeeeeeiiiiiieeeeecccc! Eso es lo que ha hecho la higuera. Y se ha descuajaringao enterita.
Bordó de tal manera la onomatopeya que despejó cualquier duda sobre la realidad de lo ocurrido.
Luego se dirigió a su hijo mientras besaba a su madre.
-José Manuel, hijo, reparte besos a los abuelos, a las titas y a los titos, que nos vamos antes de que vuelva a llover. Besó a Carmelo y salió entre rosas y granados, pisando chinos hasta la carretera.
Su hijo le siguió con toda la cara pintorrasqueada de moras y de churretes, auténticas muestras de un día bien aprovechado.
Antonio pasó a la salita con su padre y saludó a su hermana Victoria antes de sentarse a su lado.
-¡Hay que ver la que ha caído en un momento!
-Y la que va a caer. Mira lo que viene por allí.-dijo Antonio señalando la negrura que se aproximaba desde Chipiona.

La sala de estar tenía un jarrón espléndido con rosas casi marchitas y José María entró con faena para todas las tijeras disponibles. Victoria y Rosario se encargaban de la renovación de las rosas mientras su madre se acercaba con el espléndido jarrón que lucía sobre la cómoda de su cuarto.
-Vamos a empezar por éste.-propuso Regla.
Carmelo cogió una rosa para echar una mano y se clavó una espina en la yema de un dedo.
-Yo te ayudo, abuela.
-¡Ya te hiciste sangre! Maruja, llévate al niño para que nos deje hacer algo.
-Esto no es ná, abuela. No me duele. Mira, mira lo que me ha hecho el pollo.
Le enseñó un par de picotazos en una rodilla, ya taponados por sendas bolitas de sangre cristalizada.
-Ya te he estado oyendo, mi vida. Anda, ve con la madrina, que te va a contar una historia de un perro.
La abuela miraba a Cirendisco, el perro que parecía disecado de lo tranquilo que era, y se lo pasó a su hija Maruja con lo primero que se le ocurrió.
-Ven aquí conmigo y siéntate en el trono. Te voy a contar una historia.
Maruja lo sentó entre sus piernas y le contó una historia muy rara mientras le acariciaba los rizos. Jugaba con ellos como si fuesen muelles, aplastándolos, estirándolos, metiendo sus finos dedos entre los tirabuzones...
-¡Hay que ver cómo te tiene tu madre! Pareces una niña con estos tirabuzones.
A Carmelo no le hizo gracia.
-¿Así vas a hacer la comunión?
A Carmelo no le hizo gracia.
-Me voy a vestir de almirante.
-¿Con esos tirabuzones?¡A ver si vas a ir de almiranta...!
A Carmelo no le hizo gracia.
-Yo, si fuera tú, me pelaba.
A Carmelo le gustó la idea.
-Espérame aquí que ahora vengo, tita.
Dejó el trono con cara de pocos amigos: de ninguno, y entró en la habitación de la abuela. Fue flechado hasta la canastilla de la costura donde Regla guardaba sus tijeras como oro en paño. El espejo de la cómoda le hizo el avío a lo justo. Dejó las tijeras en su sitio y corrió hacia el trono de sacos de pienso para tirarse en los brazos de su madrina.
-¿Y ahora, de qué voy a hacer la comunión? ¡Eh! ¿De almirante o de almiranta?
Maruja reía hasta que tuvo que ir a orinar un restillo que le quedaba.
Carmelo no imaginaba que aquella noche se quedaría a dormir en el Tiro Pichón, el campo de sus abuelos. Su padre vio mejor que se quedase a dormir con su tía a pesar de haberse abierto un claro en el cielo que le permitió llegar al pueblo sin mojarse. A su mujer le dijo que el niño se quedó dormido y que no lo quiso despertar. A la mañana siguiente lo llevaría a la barbería para que lo emparejaran.
Los conejos salían de los cajones y las gallinas empezaban a tantear los palos. El gallo ya se había acomodado en lo más alto para soñar con los remates de Carmelo.
Maruja cogió una toalla húmeda para borrar de la cara de su ahijado las grecas morunas que ella misma le había pintado por la mañana. Regla y sus hijas controlaban las risitas como podían y se hacían gestos imaginando la que iba a liar Paquita cuando viese lo que había hecho el niño con la pelambrera de rizos.
Maruja cogió las tijeras para tratar de maquillar un poco el destropicio.Aguantó la carcajada y llamó a Carmelo para sentarlo en su regazo.
-Ven, que te voy a pelar mejor.
A Carmelo no le hizo gracia que su tía dudase de la calidad de su corte de pelo. Le vino a la memoria lo que le había dicho de almiranta y se cerró en banda a que le cortase el pelo una peluquera.
-A mí me pela el barbero.-refunfuñó.
Victoria relevó a la más pequeña de sus hermanas en su afán por arreglar un poco la desaguisada cabeza del pequeño gorrión.
-Ven, que te va a pelar mejor la tita Torra.
-¡Que no!¡Abuela, mira estas dos!
Rosario le acarició la nuca y le dijo que no se preocupara, que no lo iban a pelar porque por la mañana su padre lo llevaría al maestro Palillos y le daría un caramelo pinchado en un mondadientes.
El niño se relajó un poco y se sentó en la pierna de su abuelo a echarle una manita comiendo aceitunas. De las gordales moradas.
-Todavía amargujean un poco, ¿no, abuelo?
Las risitas no paraban.

Aliñando aceitunas

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