Flamenco |
La salina estaba revuelta.
Los flamencos cernían agua como si buscasen oro.
Carmelo pensaba más en el pedaleo que le esperaba en el camino de vuelta que en el bocadillo.
- Aquí tenemos que dejar las bicicletas para no asustar a los pájaros. Te voy a enseñar a echarle el candao.
La bicicleta nueva de Carmelo quedaba de lujo atada a la de su hermano mayor.
- Fíjate bien en lo que hacen con el pico. Están comiendo.
- ¡Qué bonitos son!
- Calla, que se asustan. Coge los bocadillos y sígueme.