viernes, 30 de agosto de 2013

LA PUNTA DEL CORRAL


La punta del espigón del muelle era un lugar que fascinaba a los pescadores de caña y a los de tiraíllo. Carmelo los observaba mientras comía lapas crudas. Una mojarrilla al extremo del anzuelo o una simple picada eran celebrados por los pescadores noveles como si les hubiese tocado un gran premio en una tómbola. Cuando alguien lograba sacar un sapo roncador de entre las piedras, la fiesta se convertía en tragedia. El alboroto y el griterío parecía preceder a la aparición de Godzila entre los bloques de hormigón.

- ¡Un monstruo! ¡Mamá, he casado un monstruo!

Carmelo bajó de su atalaya y ayudó a despercarlo. Sabía que sería suyo.

- Es un zapo roncaó.

-¡Qué asco! ¿Y eso se come?¿Pica?- Preguntó la madre del aventurero.

Carmelo no le mintió cuando le advirtió de la peligrosidad que suponía pincharse con las aletas.

- Javi, tíralo al mar, miarma.

-¡Qué va, señora! Yo los cojo para echárselos al gato.

- Cógelo para tí, chaval.

Dicho y hecho.

Carmelo metió el dedo en la boca de Godzila y emprendió un trote cochinero que le llevaría hasta la cocina de su casa. Dos quilos y medio de sapo no se cogen así como así en la punta del corral.




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