Mi casuarina se apaña lo mismo para un roto que para un descosido.
Adora ponerse al sol con las ramas abiertas hasta que se traga el último rayito de luz. Nadie como ella acierta a filtrar las últimas luces del día haciéndolas rebotar entre sus dedos de aguja.
Nadie como ella salta de la Navidad a la primavera pasando tan desapercibida.
Ayer sus ramas paqueteras jugaban con los mirlos a desatar lazos rojos y tiras de bombillitas horteras. Hoy respira con profundidad, libre de jarambeles. Tiene las orejas bien abiertas y las ramas tendidas desde que oyó los trinos del primer jilguero.
Muestra generosamente el sobaquillo de sus ramas para encandilar a alguna parejita dispuesta a criar una próxima nidada.
Una collerita recién avenida se anda tomando de dichos en una de sus ramitas altas. Ella los invita a construir su hogar frotando los dedos con un palilleo agudo y lánguido, chasquiditos con los que parece indicar a los nuevos tortolitos el lugar exacto para la construcción del nido:
- ¡Aquí. aquí, aquí...!
Adora ponerse al sol con las ramas abiertas hasta que se traga el último rayito de luz. Nadie como ella acierta a filtrar las últimas luces del día haciéndolas rebotar entre sus dedos de aguja.
Nadie como ella salta de la Navidad a la primavera pasando tan desapercibida.
Ayer sus ramas paqueteras jugaban con los mirlos a desatar lazos rojos y tiras de bombillitas horteras. Hoy respira con profundidad, libre de jarambeles. Tiene las orejas bien abiertas y las ramas tendidas desde que oyó los trinos del primer jilguero.
Muestra generosamente el sobaquillo de sus ramas para encandilar a alguna parejita dispuesta a criar una próxima nidada.
Una collerita recién avenida se anda tomando de dichos en una de sus ramitas altas. Ella los invita a construir su hogar frotando los dedos con un palilleo agudo y lánguido, chasquiditos con los que parece indicar a los nuevos tortolitos el lugar exacto para la construcción del nido:
- ¡Aquí. aquí, aquí...!